Delincuencia. ¿Qué hacer?
José Ignacio Martínez Estay
Las encuestas de opinión revelan que una de las principales preocupaciones de los ciudadanos es el alarmante nivel que ha alcanzado la delincuencia en nuestro país. Semana a semana se cometen delitos graves, que dejan un reguero de violencia y muerte nunca visto antes en Chile, y que suponen un enorme desafío para el Estado, una de cuyas funciones esenciales es la mantención del orden público y de la paz social. En este sentido, resulta evidente que la seguridad pública debe abordarse primera e inmediatamente con el reforzamiento y la eficacia en el trabajo de las policías, del Ministerio Público y de los Tribunales de Justicia, acompañado del mejoramiento del sistema carcelario.
Sin embargo, sería iluso pensar que esas medidas traerán por sí solas la solución definitiva para este preocupante problema. Si bien ellas son sin dudad necesarias, lo cierto es que apuntan específicamente a los efectos, pero no a la o las causas del virulento fenómeno delictual. Por eso conviene no perder de vista que poner énfasis de manera exclusiva en la persecución de los delitos y en la represión de la violencia, implica eludir la búsqueda y reflexión acerca de sus causas, lo que parece un error.
Pero ¿cuál o cuáles pueden ser las razones de este evidente y sostenido aumento de la delincuencia? La respuesta no es simple, aunque probablemente se relaciona con una de las características de nuestra sociedad: la cada vez más lamentable ausencia del sentido de autoridad, consecuencia de la crisis y desestructuración de las bases esenciales de la sociedad, como la familia, la escuela, las iglesias, etc. Se trata de un fenómeno que en nuestro país ha sido descrito con lucidez por el profesor Carlos Peña, y que se traduce en dos efectos perniciosos, como lo son la anomia y el nihilismo.
En efecto, el resquebrajamiento de las bases de la sociedad ha supuesto el debilitamiento de las figuras individuales e institucionales de las que tradicionalmente surgían las reglas sociales indispensables para la convivencia, aquellas que modelan y modulan las relaciones humanas, que fijan los límites indispensables para una sana interacción entre las personas. Como se comprenderá, después de decenas de años de malas políticas públicas en materia de familia y educación, seguidas de la exacerbación de lo individual y de lo identitario en detrimento del interés general y del bien común, no debe extrañarnos que la anomia y el nihilismo se hayan enquistado en la sociedad.
De ahí que, si se quiere abordar integralmente el desbordado problema de la delincuencia, resulta indispensable apuntar no sólo a sus efectos, sino que también a sus causas, parte de las cuales parecen estar relacionadas precisamente con la ausencia del sentido de autoridad y del deber de respetar las reglas.
En este año de elecciones presidenciales y parlamentarias, los ciudadanos tenemos una estupenda oportunidad para exigir a los candidatos de los diversos partidos y movimientos políticos que se comprometan a abordar de manera integral la violencia y la delincuencia. Aquello supone elaborar propuestas sensatas, que permitan reconstruir y fortalecer aquellas bases esenciales de la sociedad, lo que es plenamente compatible con trabajar de manera eficiente en la mantención de la seguridad y del orden público.
"El resquebrajamiento de las bases de la sociedad ha supuesto el debilitamiento de las figuras individuales e institucionales de las que tradicionalmente surgían las reglas sociales indispensables para la convivencia"
*Profesor de Derecho Constitucional Investigador de Polis, Observatorio Constitucional de la U. de los Andes