Consolar una pena con frases como "a todos les pasa lo mismo" o "cualquiera se puede equivocar" está bien; sin embargo, sabemos en lo más íntimo que no es así, y lo aprendimos a temprana edad.
Reconocimos los talentos para el deporte, el estudio o las artes, o aquellos con un don especial. Por ello, parece tan poco natural gastar tanta energía en demostrar la igualdad entre las personas, sabiendo que "lo que natura no da, Salamanca no presta".
Lamentablemente, en un largo período de nuestra historia reciente, la sociedad fue demonizando aquellas acciones que nos mostraban diferentes, como la excelencia, la formalidad, los valores morales, la formación académica o el talento, todo esto apoyando el discurso de la igualdad.
Incluso había que bajar de los patines a quienes iban muy rápido para que todos fueran igual de lentos. En fin, todos vimos cómo se iniciaron estas acciones, y solo los más obtusos perseveraron, a pesar de los gritos de advertencia de los más lúcidos, quienes ya habían sido silenciados o cancelados, como todos aquellos que mostraban talentos diferenciadores.
En esa época dejamos de escuchar grandes verdades como "Mientras más te esfuerzas, más grandes serán tus recompensas" o "Mientras más te dedicas, mayores serán tus logros". Ya no se premiaba el trabajo bien hecho ni se otorgaba la corona tras superar un desafío. Tanto es así que ni siquiera se podía elegir ese liceo de donde se fraguaban los futuros presidentes de la nación, o la mejor universidad del país, aunque uno se partiera el lomo estudiando para lograrlo.
Todo esto se destruyó cuando vimos a los pingüinos marchando en las calles, exigiendo igualdad, educación gratuita y de calidad, fin al lucro, mayor conciencia social para las minorías y un mayor reconocimiento a la juventud, como el reconocimiento que tantas veces escucharon de boca de sus padres.
Al final, la realidad se nos presenta como un telón que se abre en el teatro y nos revela que no hay ganancias sin esfuerzo y que, sin talento y sacrificio, es imposible ser los mejores. Estos simples conceptos son fundamentales para que a un país le vaya bien y para que la sociedad recupere el impulso necesario para alcanzar la excelencia. Son los fundamentos para que una nación prospere de manera sana y vigorosa. Por ello, debemos reconocer y premiar a los mejores.
Debemos convocarlos para que sus talentos se potencien, para que desarrollen nuevos emprendimientos y nazcan más empresarios que generen empleo; para que surjan más prestadores de servicios y administradores públicos probos. Y para que todo esto ocurra, debemos ser conscientes de que es necesario discriminar en favor de la excelencia y el talento.