Sexo, espías, secretos, mentiras, intrigas y, cómo no, también teorías conspirativas. El caso Monsalve detona cual bomba de racimo en el epicentro del poder político nacional, cargada de morbo y suspicacias, disparando esquirlas que incluso alcanzan al Presidente.
La vorágine de información no termina de dejar a la ciudadanía atónita como lo haría el espectáculo de un mago -la palabra "mago" es mera casualidad-, con un auditorio al que sorprende con cada truco.
Menos mal que la máxima autoridad del país se dio el tiempo para explicarnos lo que realmente sucede y así despejar todas las dudas que ha generado esta trama, en un impulso emocional pro transparencia que sólo podría regalarnos un verdadero líder, aunque no faltó quien tildó injustamente la conferencia de autoflagelante y bizarra -no fue su jefa de prensa-.
Por otra parte, no todo ha sido malo. Los méritos del compañero Monsalve, precisamente gracias al escándalo, han logrado salir a la luz, pero como suele ocurrir en estos casos el reconocimiento sólo llegará en una audiencia judicial. Dentro de esos "avances", en el plano normativo el secreto de las investigaciones ya no rige más cuando la policía quiere informar a autoridades de gobierno. También dejaron de ser reservadas las denuncias contra funcionarios públicos por delitos sexuales, ya que ahora son "notificadas" a los imputados por sus jefaturas.
A ello se suma haber logrado, en su exitosísimo combate de la delincuencia, la creación de una policía política secreta, que dependía única y exclusivamente de él o de las órdenes de quien sea la autoridad de turno, excluyéndola de las trabas que representan cuestiones menores como el cumplimiento de la ley y el control de fiscales y jueces.
Pero eso no es todo. En el plano de la venerada estabilidad laboral ya no es causal de reproche alguno el no ir a trabajar, aprovecharse del cargo para seducir a subalternas, faltar a la verdad u omitir denunciar delitos. Al revés, la garantía actual para el funcionario imputado es tener dos días de gracia -si no sale antes en la prensa- para ordenar su vida personal y usar para ello todos los recursos estatales que quiera. Finalmente, como corolario, por fin se consagra el principio de irresponsabilidad, conforme al cual se deroga la responsabilidad política.
Nunca antes vimos tanta coherencia, probidad y transparencia. Nunca antes el progresismo avanzó tanto en el ideario feminista y la igualdad ante la ley.
Como puede observarse, al final del día con el caso Monsalve -a pesar de que "siempre pueden hacerse mejor las cosas"- todo está más que bien. Ojalá, eso sí, a nadie se le ocurra subir en 30 pesos el pasaje del Metro…