A la base de la reconciliación está el perdón. ¿Por qué perdonar? Porque no hacerlo tiene consecuencias en la vida. Por un lado, se perpetúa en sí mismo y en los demás el daño causado (atrapados por el daño). Por otro, se vive con un resentimiento constante y, finalmente, se permanece aferrado al pasado. ¿Cómo entender entonces el perdón?. Para responder a esta pregunta, es necesario desenmascarar las falsas concepciones de perdón: perdonar no es olvidar, perdonar no significa ignorar, perdonar requiere más que un acto de voluntad, perdonar no puede ser una obligación, perdonar no significa sentirse como antes de la ofensa, perdonar no exige renunciar a los propios derechos, perdonar al otro no significa disculparle, perdonar no es una demostración de superioridad moral y perdonar no consiste en traspasarle la responsabilidad a Dios.
Etimológicamente la palabra perdón significa "dar en plenitud", el prefijo "per" hace referencia a intensificación o a mayor cantidad y, en este sentido, el perdón expresa una forma más perfecta de amar, amar hasta el extremo, amar a pesar de la ofensa recibida. En la enseñanza de Jesús el perdón parece un camino ineludible para configurarse como su discípulo. "Como el Señor les ha perdonado, así también hagan ustedes" (Col 3, 13). El Padre Nuestro (Mt 6, 9 - 13) más que una condición, es un estilo de vida: tal como el Padre les perdona, aprendan ustedes también a perdonar (coherencia y consecuencia). "El perdón es el signo más visible del amor del Padre", dice el Papa Francisco. Así lo ha revelado Jesús con su predicación y con su vida. Incluso, en el momento más difícil de su vida, en la cruz, tiene palabras de perdón: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). Así señala un camino para los suyos, perdonar siempre (70 veces siete Mt 18, 21-35). El perdón auténtico es motivo de profunda alegría. Es lo que siente el padre al recobrar al hijo perdido (conmovido de profunda alegría), comparte su alegría con todos los de su casa. El único que no se alegra, es el que no puede perdonar. La misericordia cambia la vida. Una persona, una comunidad que aprende a perdonar, es alegre, es vitalizada por la misericordia. Al contrario, una comunidad o una persona que no ha aprendido a perdonar, vive en la intriga, vive presa de los chismes, fijada más en los defectos de los demás que en las propias limitaciones, no ama, no se da a los demás, vive más en función de la preservación de su propia imagen y a veces a costa de todo. Al origen de la corrupción está la falta de misericordia y respeto a los demás. Es cierto que para muchas personas, el perdón les es muy difícil: ¿cómo perdonar al que agredió sexualmente a un hijo?, ¿cómo perdonar al que nos arrebató a un ser querido?, etc. Es que no puede sino comprenderse el perdón como un camino que requiere de verdad, paciencia y resolución personal. Pero por sobre todo, un salto decisivo de confianza en la infinita misericordia de Dios.