El celular en el centro de la vida
Hacia fines de los 90, cuando aparecieron los primeros celulares, nada hacía sospechar que se irían convirtiendo de a poco en el aparato central de la vida de muchas personas. La evolución natural desde un teléfono fijo con cable a un teléfono inalámbrico y posteriormente al teléfono portable, nos trajo un nuevo dispositivo que se convirtió rápidamente en el centro de la actividad comunicacional y de consumo de medios.
La relación con el que para muchos es un aparato que vieron desde niños, y que para otros entrara en su vida más bien tarde, es muy diversa y marca una gran diferencia en su uso. Por ejemplo, una persona de 70 años recibió su primer celular probablemente cuando tenía unos 40, y tuvo que aprender a usarlo y adaptarse a sus funcionalidades.
Para los grupos etarios mayores el celular es un teléfono que además permite comunicarse de formas más modernas, incorporando texto, fotos y video al audio tradicional. Es, además, su forma de mantenerse en contacto con su familia y amigos. Estas personas usan principalmente Facebook y WhatsApp. Abundan los grupos de compañeros de colegio o de familiares, saturando los aparatos con notificaciones, imágenes videos y audios. Se reenvían las cadenas y los testimonios de asaltos y estafas muchas veces ocurridas quién sabe en qué país de habla hispana.
Las personas mayores son más susceptibles de caer en estafas, como inversiones de gran retorno, paquetes no entregados o pagos urgentes para recibir herencias de quién sabe quién.
Para los más jóvenes, el celular es el aparato central en su vida. Todo pasa por él. Desde las alarmas para despertarse, los carretes que se organizan por WhatsApp, los horarios de clases, publicación de notas, novedades, información, la compra de los más diversos productos, el uso del transporte público, la entretención y la vida social. Se pasean entre distintas redes sociales según su edad -Instagram, TikTok, SnapChat, X (Twitter) y Pinterest- y les cuesta equilibrar el consumo de contenido con el resto de las actividades del día a día, además pelean contra algoritmos programados para cautivarlos y atraparlos la mayor cantidad de tiempo posible.
El secreto aquí está en soltarlo. En ser capaz de cortar, de no depender de la notificación ni del like. No existe un tiempo máximo o mínimo que sea sano, depende de cada uno, de poder mantener la independencia.
Lo segundo es la educación digital. Cuando hablamos de ella no estamos refiriéndonos solo al conocimiento del uso técnico del aparato, sino también de los criterios de publicación de contenidos, de cómo me relaciono con el resto de las personas en la red, de qué cuidados tengo, a quién acepto como amigo, a qué le pongo like, cómo me comunico. Hay quienes mencionan incluso un código de comportamiento digital, una especie de manual de buenas costumbres (manual de Carreño digital).
*Centro de Estudios de la Comunicación (ECU) U. de los Andes