Peligro en la Cámara
Hay ocasiones en que las cosas se envilecen sin que siquiera nos demos mucho cuenta. Ello ocurre cuando se las valora por el resultado sin atender a la forma en que este último se logra o se alcanza. Hipnotizados por el apetito de obtener esto o aquello, hay momentos en que se hace cualquier cosa para obtenerlo. Y entonces es probable que el resultado se obtenga; pero lo que se sacrificó para lograrlo acaba anulándolo.
Eso es lo que acaba de ocurrir en la Cámara de Diputados.
Desde el punto de vista de su diseño, la Cámara es el lugar donde se reúnen los representantes del pueblo, esos que, creemos (aún cuando la realidad se empeña día a día en desmentirnos) han logrado concitar para sí, por las ideas que exponen o las virtudes que exhiben, la confianza de los ciudadanos. Y se espera entonces que a la hora de adoptar decisiones los representantes, que eso son los diputados y diputadas, deliberen y reflexionen considerando el interés de todos, sin mezquindades, ni payaseos, ni tonterías, ni desplantes, dejándose, en cambio, persuadir por los mejores argumentos o, al menos, aparentándolo.
Pero lo que ocurrió en la Cámara es simplemente increíble y contradice de manera flagrante esa imagen que, sabemos ahora, es puramente ideal.
El Ministro Álvaro Elizalde y es probable algún otro, a fin de lograr que la mesa de la Cámara fuera oficialista, ofrendó (no ofertó, sino que ofrendó, puesto que todo esto tuvo carácter de rogativa) la vicepresidencia al diputado Rivas, cuyo desempeño, a todos consta, también a Elizalde, no ha estado a la altura de la función que está llamado a cumplir. Abundan en la trayectoria del diputado Rivas los cambios de tienda política, los insultos, las rabietas y las exageraciones desmedidas, conductas que no solo lo llevaron al desafuero, sino revelan que no posee las características de ecuanimidad, o siquiera de definición ideológica que este tipo de cargos -que suponen nada menos que la representación de un órgano democrático- requieren.
Por supuesto Rivas no es culpable de nada y no cabe hacerle reproche alguno puesto que él no es más que el ejemplo postrero de una práctica que simplemente se ha reiterado. Así lo que cabe reflexionar es cómo es posible que la Cámara haya incurrido en tal nivel de regateo y de negociación, y de explotación de la ligereza ajena, con el fin de obtener la presidencia ¿No se advierte acaso que con ese mecanismo -de toma y daca, de búsqueda de votos explotando el narcisismo y la ligereza de algunos- se sacrifica la institucionalidad que exige, de parte de quienes la integran, tener en consideración ciertos principios básicos, el primero de los cuales es cierta mesura a la hora de perseguir los propios objetivos? ¿Toleraremos un sistema político en manos de los díscolos que en medio del desorden y la proliferación de partidos (ya hay un par de decenas) acabarán teniendo la última palabra porque el aspecto clave de la política, ni será ni la eficiencia ni las ideas, sino la capacidad para seducir la vanidad o la egolatría de este o aquel?
Hace poco más de cien años (ya van 105 de esa ocasión) Max Weber advirtió el peligro que significaban en la democracia de masas políticos que estaban embriagados por el poder, motivo por el cual, decía Weber, están al borde de convertirse en comediantes que olvidan el deber que pesa sobre ellos, preocupados, como están, del "efecto" que producen en las audiencias sus desplantes. Ese tipo de políticos (que hoy abundan) suelen ser el medio para que otros políticos (que también proliferan) preocupados más por el brillo del poder que por su genuino sentido, los utilicen. Por supuesto no cabe duda de que el poder es el medio ineludible, el medio específico de la política; pero por lo mismo fanfarronear con el poder, o complacerse vanidosamente en él a cualquier costo, o perseguir este o aquel cargo mediante astucias y pequeños negocios, o conseguirlos a ese precio, es, no vale le pena engañarse, una deformación perniciosa de la política.
La diputada Cariola tiene todo el derecho a estar orgullosa y feliz de la presidencia que obtuvo; pero debiera lamentar, sin embargo, que la forma de acceder a ella no haya sido la genuina convicción de la mayoría por sus virtudes y su inteligencia, sino el resultado de la astucia o del instinto de poder que supo explotar la vanidad ajena en el juego sinfín de frivolidades y regateos en que se está convirtiendo el parlamento.
Por eso el peligro no es que una talentosa militante del PC acceda a la cámara (como creerá algún anticomunista recalcitrante) sino el procedimiento de regateos, barateos y trapicheos que la llevó a presidirla, que muestra cuán al borde de envilecerse está nuestra política.