En noviembre del año pasado el Presidente Gabriel Boric dio a conocer las bases del Sistema Nacional Integral de Cuidados, que busca apoyar a las personas que -por razones de edad, enfermedad, dependencia severa u otras- requieren de atención constante de terceros para desenvolverse en la vida diaria. También apunta a relevar el rol de quienes cuidan y que son mayoritariamente mujeres, muchas de las cuales postergan sus propios desarrollos individuales y laborales por cumplir este rol; algo que además conlleva perpetuación de pobreza.

Tradicionalmente estas "tareas de cuidado", como también las de responsabilidad con las familias, han sido normalizadas y son casi invisibles, porque ocurren en el ámbito interno de los hogares. Sin embargo, en los últimos años a nivel internacional y nacional se ha puesto foco en su valorización como aporte económico a los países. Se calcula que en Chile equivalen, al menos, al 25 por ciento del PIB (Producto Interno Bruto); no menor si observamos que el sector industrial completo aporta aproximadamente el 31%.

La idea de este Sistema Nacional es generar institucionalidad que se mantenga más allá de las administraciones de turno. Es decir, no un plan de gobierno; sino una política pública.

Para generar esas normas se realizaron diálogos en todas las regiones, en los cuales se reunió a más de 12 mil participantes que aportaron ideas y expusieron sus necesidades como cuidadores. En las instancias se detallaron los desafíos de quienes viven tanto en las zonas rurales como las urbanas. En las primeras hay una gran urgencia de mejorar el transporte, los tiempos de espera y la lejanía de las atenciones de salud; en las segundas, inquietud por las dificultades para el acceso al empleo remunerado fuera del hogar y la educación.

La meta es avanzar en estas materias, partiendo por reconocer la presencia valiosa de los cuidadores. El camino no es sencillo, pero desde ONU Mujeres han establecido una guía orientadora: "se debe garantizar el derecho de las personas a cuidar, a ser cuidadas y a ejercer el autocuidado sobre la base de los principios de igualdad, universalidad, corresponsabilidad social y de género". De eso se trata.

De un tiempo a esta parte en varios países de la región estamos viviendo, con mayor o menor conciencia, una batalla cultural sin tregua que enfrenta a las ideas de la libertad con las fracasadas ideologías colectivistas disfrazadas de progresismo.

Esta pugna no se extiende, como podría pensarse, sólo al plano político, sino que incide en la forma de vida de las personas y va moldeando su relación con el Estado a partir de la naturaleza y entidad de la intervención de este último en la vida social e individual.

En este contexto, la idea de un "Estado mínimo", o al menos más acotado, situado en las antípodas del populista "Estado presente", comienza a crecer socialmente como respuesta ante la punzante evidencia de una enquistada inoperancia estatal, misma que está cruzada por el alarmante aumento -o más bien aumento de develación- de la corrupción.

Si bien son múltiples los planos en que este conflicto ideológico tiene lugar, desde el lenguaje, las manifestaciones culturales y artísticas, hasta aterrizar en lo económico, para muchos su epicentro es de índole moral, desde que el Estado puede, en su relación asimétrica con las personas, imponer su voluntad mediante el uso de la fuerza, lo que si bien está amparado normativamente, no siempre es visualizado como legítimo a la luz de su persistente incapacidad de solucionar los problemas que están bajo su esfera de responsabilidad, a lo que se suma el cada vez más socialmente irritante goce de privilegios por parte de quienes detentan algún grado de poder público que, dicho sea de paso, pagan coactivamente de su bolsillo todos los ciudadanos.

¿Hay algo en el Estado que funcione bien?

Si la respuesta es negativa, la solución es avanzar por el camino contrario al que nos dirige hoy la clase política, enamorada del Estado obeso, el gasto público y la irresponsabilidad en la gestión pública.

Menos Estado es sinónimo de menos corrupción. Menos Estado es igual a mayor eficiencia. Menos Estado y más exigencia y rendición de cuentas es más libertad.

Ya nadie, al menos a título gratuito, compra el verso estatista que sólo beneficia a la dirigencia política que la vende.

Chile despertó y pareciera que, de seguir así, el futuro cada día va teniendo un tinte más libertario, que devuelva el poder a la gente y permita retomar la senda de progreso y bienestar para todos que lamentablemente extraviamos hace algunos años.