El silencio de Gert
"Todo comunica", la frase de Peter Drucker, el filósofo de los negocios, nos recuerda que no solo lo que decimos, sino también nuestros silencios y acciones siempre transmiten un mensaje.
Los actuales Juegos Panamericanos están llenos de señales al respecto, desde una señalética fallida en inglés que confundió "spectator access" por "espectator access", hasta la renuncia de la arquera Endler a la selección, pasando por la mascota Fiu que se hizo famosa de la noche a la mañana. Todos y cada uno de los elementos que han rodeado a estos juegos han tenido su tribuna, análisis y repercusiones, aunque se trate más bien de fenómenos de comunicación y no deportivos. Sin embargo, la grandeza del deporte precisamente estriba ahí, en lo que acordona al esfuerzo físico, en aquello que vierte significado al podio y a las medallas, en esos atributos inmateriales que nos identifican a todos, aunque se trate de errores, pasos al costado o las simpatías que despierte un pajarillo. Todos nos equivocamos, todos hemos renunciado, todos hemos tenido un peluche.
Y qué podemos decir de correr 400 metros en menos de 52 segundos o saltar más de ocho metros de una zancada. El deportista de alto rendimiento es un espécimen especial, diferente a cualquiera de nosotros, pero sus emociones, lo que experimenta su alma y cruza su corazón, son similares al fervor de aquellos que desde la gradería de un estadio o sentados en el sillón de su living han experimentado alguna vez en su vida: victoria, euforia, derrota, frustración. Por eso vibramos con un punto en tie-break o con un bloqueo magistral en vóleibol playa. Es también por esto que entendemos perfectamente porque Gert Weil, invitado a comentar la final de atletismo, se remitió a balbucear un par de palabras y a colocarse de pie mientras Pedro Carcuro relataba la carrera de su hija. Su silencio inicial, su emoción contenida era suficiente recompensa e información para todos los que veían el avance de la señorita Weil y el rostro cada vez más luminoso de Gert. No sería artificioso notar que ahí se hicieron dos carreras, la de Martina y la de su papá junto a todos nosotros.
El deporte, cualquiera que este sea, es hermoso, por todo lo que significa para el deportista y por todo lo que implica para el espectador. Pocas cosas en la vida producen ese grado de identificación tan vívido y tan íntimo, por eso respetamos y celebramos que una leyenda del deporte nacional haya hecho quizás el mejor comentario de su vida, cuando en silencio, simplemente bajo corriendo hasta las gradas para abrazar y besar a su hija. Todos fuimos campeones en ese momento.