Cada cierto tiempo nos informamos del orgullo de la capacidad productiva en Chile en términos de algún insumo o de alguna comida. Se trata en especifico de la industria frutícola, de la pesca marina y sus derivados, de alguna stratup globalizada, aparte de los cultivos de choritos y salmones, con su importancia clave para esta región Y si nos sacáramos los centenarios traumas respecto del vino y lo designáramos oficialmente como alimento, como ocurre en España desde hace 20 años, tanto mejor.
Nada mal estar al tanto de los logros industriales en sus diversas escalas, porque este proceso también implica a medianos y pequeños productores.
El tema es la trastienda, no sólo sobre el impacto ambiental de cada una de estas actividades -tema que da para decenas de otras columnas-, sino de cómo ir más allá de los meros números y fijarnos en el valor agregado, monetario y reputacional, de lo que se produce y se come en Chile.
Ok, los números hacen caja y pagan las cuentas, dirá cualquier productor. Pero construir un relato asociado a lo que se elabora y se distribuye, dentro y fuera del país, es de importancia creciente. Renta desde lo material y más allá. Tanto como llegar con un sticker de la bandera pegada a una manzana a Estados Unidos.
¿Aportará saber que proviene de un campo del extremo sur de Sudamérica, justo entre el océano y la cordillera más grande del mundo? ¿Será posible indicar la diversidad superlativa del vino -con viñedos repartidos por ¡tres mil kilómetros de norte a sur!- en la contra etiqueta de cada botella?
Salir de la mentalidad commodity es una tarea colectiva, transversal, que implica mostrar el saber hacer de la cocinera de milcaos -y sus siglos de desarrollo como receta-; requiere mostrar cómo ha cambiado la cultura alimentaria, sea por la inmigración o por efectos de la industria salmonera. Demostrar que se retroalimenta, para no exaltar el nacionalismo inmóvil y, por lo mismo, segregador.
Promover el alimento desde su cultura significa, a fin de cuentas, modernizar las relaciones sociales locales porque conocer lo propio, de manera más profunda, implica mejorar la autoestima colectiva. Y hacia afuera, potenciar la diplomacia blanda desde lo público y privado, algo que implica dar un paso en la difusa ideas que se tiene de Chile en el exterior.
Más o menos de eso se trata de que se nos muestre no sólo un alimento, una comida, sino quién, cómo y sobre todo por qué está ese sabor en la mesa de cualquier parte del mundo.