Un nuevo escándalo sacude a la política. No se trata de la revelación de alguna intrigante operación de inteligencia en medio de una pugna de poder. No, nada parecido al Watergate. Acá, una vez más, se trata de plata. Esa que dicen que "no hace la felicidad", pero que todos, incluyendo por cierto a los políticos, saben cuánto contribuye al alcanzarla.
¿Qué paso ahora?
El seremi de Vivienda de Antofagasta, ex jefe de gabinete de la diputada por esa misma zona Catalina Pérez, le entregó sin concursos ni sorteos 426 millones de pesos a la fundación Democracia Viva que, curiosa y coincidentemente, es dirigida por la ex pareja de la parlamentaria. Esto sucedió, además, con el toque bizarro de una supuesta encargada de comunicaciones que también "salió al baile", literalmente, con una performance que supera con creces la del Cesfam de Talcahuano.
Abierta la caja de pandora, ya están bajo la lupa más de 3 mil millones de pesos repartidos por el Gobierno a dedo sólo en esa región a organizaciones supuestamente afines al oficialismo, mientras comienzan a destaparse otras situaciones similares en el resto del país. Esto, mientras usted tiene que sacarse la mugre trabajando para sostener a su familia y el ministro Mario Marcel insiste en vender una reforma tributaria torpedeada por su propio sector, en medio de un evidente descontrol del gasto público.
Todos funcionarios públicos. Todos políticos. Todos miembros de Revolución Democrática, partido creado por el ministro Giorgio Jackson. Todos amigos y todos, por cierto, extraordinariamente eficientes y generosos entre ellos.
Huele mal, muy mal, y golpea con dureza el corazón de un discurso de superioridad moral y probidad que hoy está en el suelo y que en su oportunidad muchos ingenuamente compraron a ciegas, relato que además sacó ronchas -de esas que pican incesantemente- en toda la clase política, que se venía repartiendo a piacere el poder por décadas. Es que fue como quitarle el hueso a un perro y eso, en ese ambiente, se paga caro.
Dicen que el poder cambia a las personas. Quizá eso les comenzó a pasar a esos jóvenes idealistas que venían a cambiarlo todo, pero que en el camino experimentaron lo que realmente se siente al alcanzar la ansiada movilidad social que regala la política. Y parece que les gustó demasiado, o al menos, tanto como a los demás.
Pero no todo está perdido, más que mal, parece que la democracia está más "viva" que nunca...