De espectadores a protagonistas
Hace exactamente 70 años, Ray Bradbury realizó varias advertencias sobre los riesgos que el mal uso de la tecnología podría provocar en una sociedad condicionada y desinformada en su mundialmente conocida obra "Fahrenheit 451". A pesar de su innegable imaginación, es muy probable que don Ray se sorprendería de la alta dependencia que ha provocado en las personas el uso del celular, una suerte de enfermedad encubierta del siglo XXI.
Basta con observar con un poco de atención a la gente que camina, mirando el celular, poniendo en riesgo sus vidas en los cruces de calles o peor aún, mientras conducen vehículos, en las salas de espera o mientras atienden público; incluso, en reuniones sociales donde deberíamos disfrutar de compartir nuevamente con los demás.
Recuerdo que cuando niño pasaba toda la tarde con mis amigos en la calle, con diversos juegos que nos entretenían durante horas, disfrutando de la simpleza de estar juntos, a veces eran espontáneos y otras, tenían reglas establecidas por nosotros mismos que, por cierto, podíamos modificar para explorar nuevas formas de entretenimiento.
Al observar a los niños de hoy y ese malentendido "abuso de las pantallas" como una alternativa consentida por sus familias para que se entretengan, comprendo por qué los profesores y profesoras tienen la enorme dificultad en las aulas de solicitarles que mantengan sus equipos móviles guardados.
¿Cómo hacer entender a los estudiantes que, sin darse cuenta, están perdiendo la voluntad frente a las pantallas? ¿Qué estrategias podría utilizar la escuela para desautorizar aquello que en casa no tiene restricción o no siempre es visto como "dependencia"? Si nosotros mismos, como adultos, estamos horas en redes sociales, leyendo noticias o utilizando aplicaciones de entretenimiento en los teléfonos ¿qué podemos esperar de un niño o adolescente que tiene menos control de sí mismo?
En esta última pregunta existe una valiosa oportunidad para la escuela y es invitar a los estudiantes a ser protagonistas y no simples espectadores a través de una pantalla. Podemos usar a favor de la educación la debilidad de esta suerte de virus encapsulado en la diversión pasajera, mostrándoles que no tiene comparación el ver un video a escribir, dirigir o protagonizar uno; tampoco el ver un video sobre la vida de algún reconocido científico a llevar a cabo alguno de sus experimentos; ni menos jugar fútbol en línea, en vez de correr con los amigos, disfrutando de las clases de educación física.
Claramente, los educadores requieren del apoyo del hogar porque los hábitos y conductas no ocurren por arte de magia, ni en un ambiente de absoluta permisividad. Los valores son el resultado de asimilar permanentemente estímulos, ejemplos y conversaciones que promuevan la autonomía, la responsabilidad y el deseo incansable por aprender.
Hoy, el mundo requiere de ciudadanos que piensen, que creen soluciones, que reflexionen respecto a las problemáticas que trascienden fronteras. Ojalá entonces que este nuevo año escolar sea una nueva oportunidad para que nuestros estudiantes se conviertan en personajes centrales de su propio aprendizaje.
Claramente, los educadores requieren del apoyo del hogar porque los hábitos y conductas no ocurren por arte de magia, ni en un ambiente de absoluta permisividad. Los valores son el resultado de asimilar permanentemente estímulos, ejemplos y conversaciones que promuevan la autonomía, la responsabilidad y el deseo incansable por aprender.