Constitución y pilares de la comunidad política
José Ignacio Martíne z
La anomia, el nihilismo y el maniqueísmo son tres preocupantes características de la sociedad contemporánea, que afectan gravemente a los supuestos básicos de una comunidad política, porque la debilitan, o, en el peor de los casos, pueden hacerla inviable. Y es que la existencia y funcionamiento de estas comunidades exige contar con algunos mínimos pero esenciales consensos, particularmente en lo relativo al respeto de algunas reglas y límites indispensables para la consecución del bien común y para la convivencia social. Exige además una apertura al diálogo racional, y una actitud que conduce a ver a quien piensa distinto a mi no como un enemigo, sino como alguien que merece mi respeto y consideración. El problema es que hoy en día aquellos supuestos están muy debilitados, e incluso algunos de ellos parecieran estar desapareciendo.
Pero todo esto no es ni accidental ni casual. Es producto de la difusión durante años de ideologías y visiones antropológicas que han servido de inspiración a malas decisiones políticas y económicas, y a confundir el sentido y fin de asociaciones y organizaciones de la sociedad civil. Así, la anomia y el nihilismo presentes en nuestras sociedades son la consecuencia del debilitamiento del sentido de autoridad, y, como consecuencia de aquello, de las figuras e instituciones a las que clásicamente se les reconocía dicha cualidad. En tal sentido, el resquebrajamiento de la familia, la pérdida del respeto a quienes encarnan la idea de autoridad (desde profesores hasta policías), la exacerbación del individualismo, la crisis de instituciones esenciales en la vida de una sociedad, como la Iglesia, y el surgimiento de movimientos radicales identitarios, han ido produciendo el socavamiento de los pilares que sostienen a la comunidad política. El resultado de todo aquello lo estamos viviendo en el día a día: violencia, delincuencia, drogadicción, disolución social y pérdida del sentido de comunidad.
Como se comprenderá, todo esto supone un enorme desafío, pues implica reparar o, en su caso, restablecer cada uno de los pilares que hacen posible la convivencia. Se trata de una tarea ardua y compleja, porque las soluciones van contra corriente, y porque para muchos pueden ser políticamente incorrectas. Sin embargo, si de verdad queremos cuidar y fortalecer la comunidad política, debemos volver a proteger a la familia; restituir a los padres en su insustituible rol de educadores y formadores de los hijos, y a los profesores la necesaria autoridad en las aulas; restablecer el respeto por la figura y funciones de las policías, cuidar el importante rol de las organizaciones de la sociedad civil, y recuperar el trascendental papel de la religión y de la práctica religiosa en la sociedad.
En este contexto, el nuevo proceso constituyente que se está impulsando en nuestro país debe afrontarse con realismo y sentido común, alejándose de visiones que pueden agravar las fisuras que afectan los cimientos de la sociedad. El claro resultado del plebiscito del pasado 4 de septiembre, demuestra que los ciudadanos perciben la necesidad de recuperar dichos pilares, cuestión que lamentablemente no fue entendida por parte importante de quienes formaron parte de la Convención Constitucional. Por eso el proyecto de constitución que resulte del nuevo proceso constituyente debe no sólo recoger la tradición y principios generales del constitucionalismo chileno, sino que también debe cuidar muy especialmente aquellas bases fundamentales del orden social, dándoles el debido reconocimiento y protección.
"El nuevo proceso constituyente que se está impulsando en nuestro país debe afrontarse con realismo y sentido común, alejándose de visiones que pueden agravar las fisuras que afectan los cimientos de la sociedad".
*Profesor de Derecho Constitucional e investigador de Polis, Observatorio Constitucional de la Universidad de los Andes.