Los invisibles
En estos días, cuando se acerca un nuevo fin de año escolar, nos vamos convirtiendo de a poco en vehículos de carrera para obtener el mejor lugar del podio en distintos ámbitos como si la vida fuese una eterna carrera por conseguir notas, lugares o posiciones.
Los padres y docentes transmitimos, sin querer, a nuestros hijos y estudiantes ese deseo insaciable por competir y ganar, por llegar a un lugar distinguido más que tener el deseo por aprender.
Probablemente los que lograron muchísimas cosas fuera de las disciplinas formalmente reconocidas o fuera de los términos de la competencia académica no tendrán una medalla o un diploma que lo avale. Cómo no felicitar y destacar a los que se sobrepusieron a situaciones difíciles que no tienen nada que ver con lo académico; a los que no entendieron mucho en la clase, pero persistieron y buscaron aclarar sus dudas; a quienes, sin esperar nada a cambio, fueron solidarios, tolerantes y respetuosos. ¿Qué distinción debieran tener aquellos que no se atrevieron a solicitar la palabra por temor o los que nunca levantaron la voz para no meterse en problemas?
¿Cómo no reconocer de forma especial a quienes, por una u otra circunstancia, tuvieron problemas para integrar grupos de trabajo, pero igual hicieron el esfuerzo y colaboraron? A quienes estuvieron solos en los recreos, a los que nunca escogían en los partidos, a todos los que prefirieron ser invisibles por falta de personalidad o temor a lo que otros pudiesen decir.
Probablemente todos fuimos invisibles alguna vez en nuestra etapa de socialización hasta que alguien nos habló, nos escuchó, vio en nosotros algo más que un número, un lugar o un apellido.
Y es que, a pesar de las dificultades, muchos persistieron, incluso sin sentir el apoyo de su propia familia. A todos ellos les debemos un reconocimiento en el que los motivemos a que se sigan esforzando, que nunca pierdan la esperanza, que tengan la certeza de que todos son buenos e increíbles y que ya vendrán oportunidades en las que se atreverán a mostrar sus talentos y dones y será como una luz que alegrará todo.
Hace unos días, entregaba un trabajo evaluado a unos estudiantes muy simpáticos y curiosos que estaban ansiosos por saber sus notas ¡saber si había rojos! "¿Quién obtuvo la mejor nota?" preguntaban, con tantas expectativas propias de la competencia. Entonces, les pregunté cuál es el sentido de todo esto: ¿qué significa aprender? ¿cómo nos damos cuenta que hemos aprendido? ¿con una nota? Les propuse, en un buen tono, que, de a poco, nos diéramos cuenta que si nos preocupamos más por aprender que por la nota, le estaremos dando verdadero sentido estar en la escuela.
Más allá de presumir que nuestros estudiantes son buenos memorizando o resolviendo problemas o consiguiendo distinciones; debiéramos dedicar esa misma importancia y reconocimiento cuando son capaces de levantarse del fracaso, cuando empatizan con otros y hacen por otros lo que nadie más se atreve: dar tiempo, integrar, escuchar, promover causas solidarias en beneficio de aquellos que no han tenido sus mismas posibilidades.
La educación permanentemente transita por caminos de reflexión y cambio que la hacen dinámica. Ojalá que este nuevo fin de año académico sea una verdadera oportunidad para hacer visible aquello que realmente importa.
Más allá de presumir que nuestros estudiantes son buenos memorizando o resolviendo problemas o consiguiendo distinciones; debiéramos dedicar esa misma importancia y reconocimiento cuando son capaces de levantarse del fracaso, cuando empatizan con otros y hacen por otros lo que nadie más se atreve: dar tiempo, integrar, escuchar, promover causas solidarias.