Hace unos días tuve que viajar a la ciudad de Concepción para acompañar a familia y amigos a despedir a una gran persona que, de manera inesperada, dejó este mundo lleno de recuerdos y cariño. En el viaje de regreso, me propuse aliviar la pena y la soledad, realizando una acción solidaria y pasado el viaducto Malleco, encontré a un señor, haciendo el típico gesto de autostop.
La mañana estaba helada y la lluvia amenazaba de un momento a otro en hacerse presente en la 5 sur que se hacía interminable. Rápidamente nos pusimos a conversar, compartiendo parte de aquellas historias que a cada uno le había tocado protagonizar en este camino frágil llamado vida.
La historia de mi nuevo amigo se desenmarañaba con circunstancias lejanas a las oportunidades que a mí me habían tocado. Sin poder terminar su educación formal, se vio obligado a la aventura para buscar el sustento y las posibilidades que tan esquivas son para algunos.
Observé que, en su bolso, llevaba herramientas de trabajo, y me compartió que precisamente una de las cosas que había aprendido era a trabajar con metales y confeccionar cotas de mallas, escudos templarios y vikingos, yelmos, espadas y hachas.
No todos los días nos cruzamos con un hacedor de espadas, por lo que la conversación se llenó de datos curiosos sobre los cruzados, el medioevo e historias de espadas famosas, pero, a medio camino, me surgía una duda que alimentaba aún más mi curiosidad: ¿Qué hacía un herrero en la carretera haciendo dedo? ¿Por qué iba de Mulchén a Valdivia?
Pronto llegó la respuesta: Iba a ver a su hijo que está privado de libertad, esperando el resultado de una investigación en la que su protagonismo era difícil de negar. Su padre, con un anhelo de bienestar y esperanza encomiables, se daba el trabajo de viajar todas las semanas para llevar lo necesario al muchacho, trabajar en lo que sea en la ciudad del sur y pernoctar en un hogar de allegados.
La juventud, en su afán de éxito rápido y de adoración a la superficialidad, busca "bypasear" el camino de la perseverancia, el esfuerzo y el sacrificio, poniendo en riesgo incluso su propia integridad e hipotecando su mayor tesoro: el tiempo.
La educación, con sus múltiples herramientas, debe proveer a los jóvenes no sólo de contenidos o habilidades; sino también de valores que edifiquen un ciudadano comprometido, responsable y librepensador, que se sobreponga a la adversidad y que luche por conseguir superar los límites que su entorno y circunstancias le han impuesto.
De nada nos sirve llenar de conceptos, fechas y definiciones los pizarrones de las aulas si no dejamos tiempo para alimentar las conciencias de nuestros estudiantes con la prudencia, la rectitud y el amor al prójimo; hacerles ver que poseen un tesoro invaluable que puede alimentar hasta el más ambicioso de los sueños.
Hoy los contenidos están al alcance de la mano mediante la tecnología e internet y del mismo modo, los procedimientos a través de miles de videos que explican casi todo. Entonces el llamado a los docentes y al sistema educativo no es a exacerbar el academicismo, sino a inspirar y promover el sentido humano del acto educativo en la formación de futuros ciudadanos que se hagan cargo realmente de las dificultades de su tiempo.
Ojalá que mi amigo logre elaborar la más duradera cota de malla para liberar y redimir a su joven hijo que espera una nueva oportunidad.
La juventud, en su afán de éxito rápido y de adoración a la superficialidad, busca "bypasear" el camino de la perseverancia, el esfuerzo y el sacrificio, poniendo en riesgo incluso su propia integridad e hipotecando su mayor tesoro: el tiempo.