Actos de violencia
Los hechos de destrucción y saqueos que se generan en algunas fechas han dejado saldos lamentables. Los violentistas, en gran medida, son menores de 30 años, que crecieron después del término de la dictadura.
Nadie duda que la ciudadanía tiene derecho de manifestarse y expresar sus demandas, pero no se puede desconocer que las familias no quieren vivir atemorizadas por la violencia, que el país altere su funcionamiento y en ocasiones casi se paralice por el vandalismo.
En los últimos años, los actos de destrucción y saqueos que se generan en algunas fechas han dejado saldos lamentables, con personas heridas, destrucción de la propiedad, de obras que son de beneficio de la comunidad, ataques y saqueos a locales comerciales. Hay pequeños comerciantes a los que les vandalizan y roban sus negocios, y sufren la pérdida del patrimonio logrado con años de trabajo y sacrificio.
Con motivo de la conmemoración de los tres años desde que se produjo el estallido social del 18 de octubre de 2019, en el país una vez más se han producido estos desmanes.
Los violentistas, en gran medida, son menores de 30 años, que crecieron después del término de la dictadura. Son más bien los hijos de la democracia, que no han entendido cómo deben expresarse y a quienes tampoco les han hecho entender que así como tienen derechos, también hay deberes y que el Estado de Derecho y sus instituciones no deben ser pasados a llevar, pese a todos los cuestionamientos que puedan existir.
Nos enfrentamos a una realidad que es necesario atender y enfrentar, porque el derecho a la manifestación social se ve comprimido por la violencia de algunos sectores. Es evidente que hay un desplome de la confianza en las instituciones, que habla de una tendencia y una crítica social sistémica.
Las instituciones en general -y no solo el gobierno- deben estar atentas para proyectar una imagen positiva a la ciudadanía, que se encuentra especialmente sensible a diversos temas que explican su malestar. Para construir el futuro debe tenerse presente que la legitimidad es clave. La autoridad y toda la institucionalidad deben funcionar en forma eficiente porque cuando eso no sucede, la legitimidad retrocede, el terreno cambia y pasa a ser material fecundo para los populismos, el deterioro del debate, del diálogo y de la democracia.