La comunidad, la diversidad y el aprendizaje
Hace 20 años, se llevó a la pantalla grande la exitosa trilogía "El señor de los anillos", basada en la novela del mismo nombre del profesor inglés John Ronald Reuel Tolkien, más conocido como J.R.R Tolkien. Como en toda historia de fantasía, los personajes no sólo encarnan una parte en el entretejido de la trama, sino que también simbolizan aspectos humanos de nuestras virtudes y debilidades.
Es así como nos encontramos con la "comunidad del anillo", una selección conformada por los más importantes representantes de los hombres, los elfos, los enanos y los hobbits, quienes se han unido para vencer al poder de la oscuridad y su éxito dependerá en gran medida de su capacidad de aprovechar la diversidad de sus integrantes.
Los hombres aportan la magia de Gandalf, el gris, las fortalezas y habilidades de Aragorn y Boromir, guerreros poderosos y experimentados; los elfos aportan la magia en sus objetos y las habilidades del Príncipe Légolas con el arco Élfico, además su capacidad de rastrear, ocultarse y desplazarse sin ser escuchado; y los enanos, representados por el Noble Gimli, aportan su fortaleza y resistencia en combate. También están los hobbits, protagonistas de esta historia y representados por Frodo, que no son valientes, ni guerreros, ni poderosos magos, tampoco tienen capacidades creativas, ni habilidades especiales. Sin embargo, una vez comprometidos con la misión, su lealtad y coraje (pese a su ineptitud) serán fuente inspiradora y mantendrán el equipo unido en torno a un solo objetivo: salvar a la tierra de los poderes de la oscuridad.
La comunidad del anillo estaba llena de dificultades, temores, conflictos internos, prejuicios y desconfianza. En todo momento, su objetivo colgaba de un hilo ante un poder maligno que también simboliza nuestra mezquindad, desprecio por el otro, indolencia ante la naturaleza devastada y la ambición enfermiza por el poder unilateral e intolerante. A pesar de ello, la comunidad del anillo retomó la misión, la visión de sí misma y el respeto; valoró las habilidades individuales, fue solidaria y renovó la confianza para sortear las dificultades propias de su titánica tarea.
Hoy más que nunca, la educación debe rescatar algo de esta historia. Comprender por ejemplo la importancia de cada acción -por simple que sea- en el aula; valorar que los estudiantes poseen muchos atributos que requieren de condiciones para ser usados; que la esperanza no siempre está en los más fuertes o hábiles o en los que se autoproclaman líderes; que la diversidad es mucho más enriquecedora que los grupos monótonos; y que la esperanza está en la colaboración y en la perseverancia, en la capacidad de cada integrante de aprender del otro y de aceptar la diferencia.
Si la comunidad hubiese estado integrada solamente por humanos o por elfos o por enanos, probablemente no hubiese conseguido destruir el anillo y acabar con la maldad personificada en Sauron y sus ejércitos de Orcos.
La pedagogía debe hacerse cargo de la diversidad y trabajar con las diferencias para la construcción de aprendizajes que permitan a los niños y adolescentes "librarse del anillo" que bien puede ser la indolencia, la obsesión tecnológica, el aburrimiento o la desmotivación.
Tolkien -profesor de Anglosajón y Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford, nacido en 1892 en Sudáfrica- probablemente jamás imaginó la enorme enseñanza que nos dejaría sobre lo que de verdad significa el trabajo en equipo, el respeto y las actitudes proactivas hacia el cumplimiento de una misión tan importante como la de preservar la dignidad y la vida del mundo.
Si la comunidad hubiese estado integrada solamente por humanos o por elfos o por enanos, probablemente no hubiese conseguido destruir el anillo y acabar con la maldad personificada en Sauron y sus ejércitos de Orcos.