Si la mitad de los habitantes de Chile usa una mascarilla por día y la desecha, en un mes suman 243 millones de esos implementos arrojados a la basura. Además de poner en riesgo a animales que toman contacto con ellas y se dañan, especialmente, con los elásticos que las sostienen.

Estos elementos, hoy tan importantes para resguarda la salud, están hechos con capas de polímeros que no se reciclan con facilidad y por ello muchas instituciones dedicadas al cuidado ambiental han advertido sobre el daño que causan. Un informe internacional de WWF indica que si solamente el 1 % de las mascarillas se eliminara de forma incorrecta (son muchas más, lamentablemente) más de 40.000 kilos de plástico irían a parar a la naturaleza mensualmente (wwf.it).

Por estas razones es que se hace preciso tomar precauciones extremas al momento de botarlas, separándolas de los residuos comunes, cortando los soportes y teniendo la precaución de jamás arrojarlas directamente a los basureros; menos aún a los públicos, pues en este último caso también se pone en peligro a las personas que realizan la recolección diaria. Todas las medidas valen también para los guantes de látex.

Lo ideal es desinfectar después de usar y poner en una bolsa de papel antes de tirar a los contenedores. Si no se puede, al menos envolver y jamás dejarlas en el suelo. Por otra parte, si se usa mascarilla de tela, éstas deben ser lavadas después del uso, para reutilizarlas; además, seguir los mismos pasos descritos, en caso de deshacerse de ellas.

Importa mucho, entonces, tomar conciencia respecto de este nuevo desafío para el cuidado del entorno. Sobre todo, porque es evidente que el uso de elementos de protección personal se extenderá en el tiempo, como resguardo de contagio frente al coronavirus, el cual registra una segunda ola en el mundo y hasta una nueva cepa en los países de Europa.

El 2020 será recordado como el año del confinamiento, de restricciones y de incertidumbres, pero también ha sido un periodo de adaptación, de resiliencia y esperanza. Como en todos los ámbitos, el sistema educacional tuvo que adaptarse al nuevo contexto que impuso la pandemia del covid-19 con una rapidez inusitada, hacia un modelo académico a distancia. Esto trajo consigo nuevos desafíos, donde la tecnología y la conectividad jugaron un papel preponderante para que los estudiantes pudieran sortear las complejidades del contexto, dando así continuidad al proceso formativo.

Las nuevas exigencias y el drástico cambio de escenario requirieron la adaptación de las clases ya planificadas de manera presencial a un sistema 100% online o virtual, un tremendo desafío que todos los docentes asumieron con real compromiso, lo cual valoramos y destacamos en el presente año. Lo anterior, nos invita a repensar el aula y las práctivas educativas de cara al futuro, asumiendo que los cambios dictados por la tecnología, se instalaron en forma permanente en nuestras relaciones sociales, incluyendo la esfera de nuestro quehacer.

El 2020 consolidó la importancia del área de las telecomunicaciones. El acceso a internet es hoy una herramienta primordial para el funcionamiento de la sociedad. Nos permitió estar conectados, comprar, trabajar y estudiar a distancia, y en definitiva contribuyó a que los ciudadanos pudiéramos enfrentar de mejor forma este complejo periodo. En este escenario de alta exigencia para la industria, quedan desafíos pedientes relacionados a la calidad de conexión en zonas urbanas, aumento de cobertura en localidades rurales, y como sociedad en su conjunto nos corresponde abordar la formación de las personas en competencias digitales.

Como ya se ha anunciado en 2021 nuestro país dispondrá de las herramientas adecuadas para controlar la pandemia con la inmunización paulatina de la población, manteniendo el autocuidado como principio fundamental para que cualquier medida adoptada tenga efecto. Será un periodo de oportunidades para retomar proyectos pendientes, de reencuentro y de reactivación, al cual pese a las dificultades llegamos con el compromiso intacto con nuestros estudiantes y con la comunidad osornina.

Rodrigo Ibáñez, vicerrector Inacap Osorno