Una enorme cantidad de mujeres han marcado la historia nacional a lo largo de los años. Desde la cultura, la ciencia, la labor social y, ciertamente, en su rol de madres. Violeta Parra, Adriana Zuanic, Gabriela Mistral, Elena Caffarena, las escritoras Isabel Allende y María Luisa Bombal, la patriota Paula Jaraquemada, la doctora Eloísa Díaz, entre tantas otras.
Aunque su aporte no ha sido lo suficientemente reconocido. Lo positivo es que tal realidad ha comenzado a cambiar en los últimos años, merced a una mayor identidad de género y una conciencia del valor que cada ser humano tiene, sin importar su condición, género o credo. Un ejemplo es la Guerra del Pacífico, donde cientos de mujeres cumplieron un rol clave, como enfermeras, ayudantes e incluso soldados en los distintos frentes de batalla. Tal relevancia ha sido puesta en valor en el último tiempo, lo que es de justicia plena, sin discusión alguna.
Las mujeres han denunciado enormes daños en su contra, como los femicidios, los menores salarios por igual trabajo, complicaciones en salud, precios en sus planes, poca presencia en los círculos empresariales, políticos, y, en general, una cultura poco empática con sus demandas.
Es cierto que estos reveses han sido denunciados y todo mejora: las mujeres van a la universidad, estudian y trabajan en lo que ellas estiman conveniente, han alcanzado todos los altos cargos, como la jefatura de Estado, con la exPresidenta Michelle Bachelet; han asumido como ministras en la Corte Suprema, el Tribunal Constitucional; secretarías de Estado, intendencias, municipios y gerencias generales, entre otras. Han demostrado que pueden asumir cualquier responsabilidad y desarrollar un trabajo impecable.
Con todo, es indispensable que esto no se plantee como una guerra de sexos, sino como una legítima demanda de un sector de la población que aspira a mejorar sus condiciones. Aquello debe valorarse y entenderse en toda su magnitud y profundidad que esta transformación cultural es positiva para la convivencia y de justicia plena.