La noción de patrimonio cultural ha alcanzado una rápida y polisémica difusión. En un primer momento, centrado en aspectos materiales del pasado, era sinónimo de belleza arquitectónica, gran obra de arte o monumentalidad; sin embargo, en la actualidad, conforme a la evolución del concepto, se ha comprendido que también alcanza a elementos inmateriales, a expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo y a saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional.
Este patrimonio cultural, material e inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad, contribuyendo así a promover el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana.
En tal sentido, como investigadora vinculada al ámbito del patrimonio y turismo, en trabajo de campo realizado en la comuna de Puyehue en los últimos dos años, he tenido la oportunidad y el privilegio de compartir y conocer las historias de vida de las denominadas: "Últimas Manteras", mujeres que habitan en las localidades de Santa Elvira, Pulelfu, Las Parras, El Encanto, Puerto Chalupa y las Vegas de Lago Rupanco, dedicadas a conservar, reactivar y difundir, mediante su trabajo, la tradición textil de la zona.
Sus prendas se constituyen en una manifestación social y simbólica donde expresan sus conocimientos, creatividad y emociones que brotan al momento de esquilar, lavar, secar, escarmenar, hilar, tejer y recolectar los insumos del bosque que utilizan para teñir sus obras.
Así, esta práctica que forma parte del patrimonio cultural de la zona, es también un testimonio de las estrategias de vida de estas mujeres en los territorios que habitan desde antaño hasta el presente y para su conservación es necesario un ejercicio de reconocimiento y difusión de este legado que incentive esta práctica ancestral, especialmente en las nuevas generaciones de la zona.
Dra. Marisela Pilquimán , CEDER, Universidad de Los Lagos