De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Salud 2016-2017, el 6,2% de los chilenos fue diagnosticado con diversos trastornos del estado de ánimo, tales como trastorno depresivo mayor, distímico, bipolar I y II, ciclotímico, etc., en tanto que la "sospecha de depresión" se elevó al 15,8%. La depresión alude a una alteración severa del ánimo que puede afectar a personas de todas las edades -niños, adolescentes, adultos y adultos mayores-, siendo una enfermedad que, en la mayoría de los casos, se presenta por fases, es decir, se alternan períodos de estado de ánimo normal con episodios depresivos.
Sin embargo, una persona puede, asimismo, sufrir el llamado "trastorno depresivo persistente" -que puede durar dos años o más-, generando una calidad de vida poco saludable. La depresión mayor, a su vez, se caracteriza porque el paciente experimenta uno o más episodios depresivos mayores con una duración de al menos dos semanas con estado de ánimo depresivo y/o la pérdida de interés por cosas y personas que antes eran importantes para el sujeto, acompañado de -al menos- otros cuatro síntomas de depresión, tales como tristeza, llanto, frustración, ira, melancolía, trastornos del sueño, etc., que pueden combinarse con sentimientos de pérdida, ansiedad, infelicidad, pensamientos y actos suicidas.
De acuerdo con la OMS (Organización Mundial de la Salud), con un 6,2% de chilenos con depresión, Chile presenta una de las tasas más altas del mundo, ya que la prevalencia de este trastorno en la población mundial es de un 4,4%. Bajo esta mirada, la depresión en Chile no sería -tan sólo- un problema de carácter individual, sino que tendría también una connotación de tipo social, cultural y económica. Esta realidad debería obligar a los gobiernos de turno a enfrentar este trastorno con políticas de Estado, las cuales, además de garantizar el tratamiento con programas apropiados y efectivos, también deberían orientarse a mejorar la calidad de vida de las personas, para favorecer su salud mental.
A la problemática que representa la depresión, se suma, hoy en día, el alto consumo de tranquilizantes -sin prescripción médica- en la población. Con relación a esta situación, se produce un efecto colateral muy preocupante: el elevado consumo de psicotrópicos -como las benzodiacepinas- entre los escolares chilenos ha llegado -en el caso particular de los niños de octavo básico- al 14%, en tanto que en el resto de los países es de sólo el 7%. Si todo esto no representa un grave problema de salud pública, no me imagino cuál otro podría serlo.
Dr. Franco Lotito C., académico,
escritor e investigador