Hace rato que en la mayoría de las comunas del país ya está presente la prohibición paulatina de entregar bolsas plásticas en los supermercados, fundamentalmente, a lo cual se agrega ahora el proyecto de ley que prohibiría su uso en todas las comunas costeras, considerando que este producto, al convertirse en microplástico, puede ser consumido por los peces, confundido por alimento, y, tras su pesca, al final llegar a las mesas de todos los chilenos provocando serios daños a la salud.
Es una de las razones, clara y científica, más allá del deterioro que esto provoca a la estética urbana y rural, afectando al turismo creciente en nuestra Región y el país. Hasta hace dos años, en Chile, cada hora se ocupaban 386 mil bolsas plásticas, muchas de las cuales terminaban en las calles y sitios públicos, en vertederos clandestinos, etcétera. Un ciudadano utilizaba al menos 200 bolsas al año.
El mar no es el único destino de estas bolsas. Están presentes en las bermas de los caminos, en orillas de lagos, en calles y los sitios menos imaginables.
Sí debemos tener muy claro que la prohibición no es la solución de fondo. ¿Se prohibirá también otro variado tipo de envases que terminan con el mismo destino de dichas bolsas?
Ello parece impracticable, pero sí es adecuado, oportuno e inteligente trabajar desde ya con todos los establecimientos educacionales, que son los lugares donde se puede crear conciencia temprana para entender que no son las cosas en sí las que provocan el daño, sino el destino que se les da una vez usadas, que existen medios para reciclar y que ello debe ser una preocupación diaria y natural.
Los pequeños absorben con extraordinaria rapidez, en especial los ejemplos que se les brindan, y es crucial implementar planes en tal sentido.