Cuando hablamos de "discapacidad", las asociaciones mentales que afloran de inmediato a nuestra mente son de carácter más bien negativo: discriminación, rechazo, injusticia, falta de oportunidades, entorno físico poco accesible y, en ocasiones, incluso poco amigable. Lo aborrecible de estas conductas humanas es que varios cientos de millones de personas en el mundo -incluyendo a casi dos millones de chilenos- se ven afectadas en forma directa en su dignidad y calidad esencial de seres humanos. Iguales… pero diferentes.
Es muy cierto que no podemos cambiar nuestro pasado, pero más cierto aún es que estamos en condiciones de cambiar nuestro futuro. También es verdad que, en ocasiones, necesitamos un poco de ayuda externa para lograr este objetivo. Aquí es donde surge la respuesta que buscamos, por cuanto la intención de estas reflexiones es poner sobre el tapete de la discusión un tema que -por extraño que parezca- nos atañe a todos: en algún momento de nuestras vidas, ya sea más tarde o más temprano, pasaremos a formar parte de la categoría de "discapacitados", ya sea como consecuencia de una enfermedad grave, a causa de un accidente fortuito o, simplemente, por un tema de edad y de vejez.
Pertenecer al grupo de la "tercera edad" no resulta fácil ni simple, así como tampoco lo es el hecho de que la persona sufra de algún tipo de impedimento -de tipo físico, cognitivo o visceral- que restringe y coarta su legítimo derecho a insertarse -con todos su deberes y derechos- a la sociedad a la cual pertenece.
¿Cuál es, entonces, nuestra obligación? Simple: sentar las bases para promover el surgimiento de verdaderos constructores de equidad, armonía y justicia. A la sociedad, al país y al mundo en que vivimos le hacen mucha falta. Ya no hay espacio para la neutralidad. La razón cae por su propio peso: no se puede ser neutral frente a la discriminación laboral, frente a la odiosidad extemporánea, frente a la desigualdad social.
No debemos escatimar esfuerzo alguno con el fin de crear conciencia en la sociedad de que la capacidad intelectual y física no está circunscrita -ni puede ser reducida- a ningún género, condición física, raza u origen social. La razón es muy sencilla: durante siglos, la especie humana -supuestamente la más inteligente- ha desperdiciado de manera inútil y absurda el talento y capacidades de un porcentaje importante de su población. No podemos continuar cometiendo semejante injusticia y aberración.
Franco Lotito, académico,
escritor e investigador de la UACh