En el último tiempo, el valor del compromiso y la palabra empeñada entró en una especie de nebulosa, a propósito de la crisis de confianza. El resumen parece ser: si no está escrito, no vale.
Lo que pudiera ser un tema superfluo, tiene validez en lo que pasa en el Chile actual. Lo prometido tiene escasa validez si no está ratificado por una firma, lo que demuestra que la palabra comprometida entró en algunos casos en franca retirada.
Y esto lo vemos en el diario vivir. Políticos que no cumplen sus promesas, autoridades que dicen una cosa y después hacen otra, ciudadanos que exigen derechos, pero que no respetan a quien está al lado, y personas que sellan un acuerdo de honor y luego lo vulneran. En resumen, acuerdos deshechos con una asombrosa fragilidad.
Varios libros religiosos dejan en claro que dar la palabra significa asumir un compromiso para ser una persona digna, es decir, ser honorables y honrados ante un pacto acordado a través de la empatía. En términos simples, es una carta de presentación que transmite identidad hacia los demás.
Sin embargo, el vertiginoso ritmo actual y también las nuevas tecnologías han dejado de lado este tipo de trato verbal.
Hasta antes de la era del teléfono celular, llegar a la hora a un lugar era un compromiso entre las partes, hoy parece que poco y nada se respeta. Esto es un ejemplo válido.
El asunto cobra mayor vigencia cuando vienen tiempos de elecciones, campañas electorales, promesas y la aparición de los candidatos de diferentes partidos o alianzas. Quizás por lo mismo la ciudadanía perdió la confianza en la clase política al ver que no existe una coherencia entre su mensaje y la acción.
Hay que recuperar la confianza, lo que se logra con acciones y no meras intenciones. Para ello es fundamental tener presente que el hacer, es decir, el fundamento práctico de nuestros dichos debe ser coherente. Necesitamos recuperar esos espacios.