¿La historia objetiva?
Los grandes textos de nuestros historiadores no son, en general, muy accesibles a la gente común como uno. Son maravillosas piezas de historiografía, sí, pero la verdad es que no le hablan mucho al ciudadano de a pie, y ellos lo saben. Tampoco es su trabajo hacerlos accesibles. Lo que buscamos, entonces, estos nuevos escritores, investigadores, historiadores y también autodidactas, fue la divulgación de esas otras formas de ver la historia, más allá de la oficial. Usar, por ejemplo, las herramientas de la narrativa para contar en pasajes cortos, echando mano a la emoción, la maravillosa conexión que la literatura puede establecer con su lector y sumergirlo en la historia, alegrarlo, enojarlo, conmoverlo, y con ello recuperar el sabor del hecho histórico, que no es más que un evento grande o pequeño vivido por los sentidos de las personas de su tiempo. Recuperar eso a través de la narrativa hace que podamos reconectarnos con ese dolor, con esa esperanza, con esos sueños o esos miedos.
Pero las historias elegidas no fueron al azar. Tienen que ver con el poder, con el abuso, con la mentira y con la pelea de un pueblo que ha debido sufrir la injusticia de quien debiera haberlo defendido, protegido y ayudado a encontrar su felicidad, pero que, por el contrario, amparó la explotación y el beneficio para unos pocos a través de su historia. No es una elección inocente, tampoco una elección sin punto de vista (y, como dije en el primer prólogo de esta serie, finalmente la historia es un punto de vista). El objetivo de este libro es sencillo: intentar convertirse en un puente entre las personas comunes, como yo, y esos otros libros en donde profundizar los temas tratados; uno que despierte la curiosidad por nuestra identidad, nuestro origen y nuestro destino, porque la historia no es historia vieja, es historia presente. La historia es política. Lo que pasó, volvió a pasar y volverá a presentarse. La historia tiene características cíclicas y esto ocurre, en parte, justamente por esconder lo inconveniente. Si no enfrentamos los errores, seguirán ocurriendo, simple.
A quienes les molesta este discurso y lo califican de sesgado o poco objetivo, les advertiría que no existe algo así como la historia objetiva. Todos los narradores, historiadores e investigadores nacieron en un lugar determinado, fueron educados y formados de cierta manera y tienen un punto de vista personal, no objetivo. A los inquietos, les diría que quizá lo que sí existe es una historia que les acomoda y otra que les incomoda, la primera ya la conocen, de modo que atrévanse con la que les incomoda en vez de descalificarla. Quizás aprenderán más sobre el país que creen pisar, quizá comprenderán mejor al otro y podamos acercarnos. Entender que no hay santos inmaculados, que un prócer pudo haber sido un bravo en el campo de batalla pero también un dictador en el ejercicio del poder y que eso no anula sus logros; que otro pudo haber sido un narciso pendenciero irresponsable y aún así ser considerado el primero en gritar libertad, ganándose el derecho a ocupar un lugar entre nuestros padres fundadores. Que aprender de sus contradicciones no es destruirlos sino acercarlos para entenderlos mejor, bajarlos de sus altares y conversar con ellos como las personas que fueron para quererlos, no para adorarlos. Casi siempre ambos lados tienen parte de la verdad. Abrazar solo un aspecto y atrincherarnos no conduce a nada, solo a un eterno desgaste sin sentido. Pero entiendo que a veces se siente miedo, miedo a perder el equilibrio de ese suelo granítico sobre el que creen están parados. Hay que aceptar también que nuestra historia no ha sido forjada toda por próceres militares o presidentes aristócratas, sino además por los trabajadores, los profesores, los músicos, los videntes, los marginales, los inmigrantes, los homosexuales, los indígenas y toda esa gran mayoría silenciosa que no está ni ha estado presente en el discurso histórico oficial salvo como notas antropológicas muertas. Porque ahí estamos -y cabemos- todos. Tú, yo y nuestras familias, como corresponde. Porque la historia es nuestra y nunca más queremos ser ignorantes ni desaparecidos de nuestra propia memoria. Una persona sin memoria no sabe lo bueno que hizo, lo malo que le hicieron, los errores que cometió y pierde todo su valioso bagaje de experiencia sin la cual no es nada. A los países les ocurre lo mismo. Todos deberíamos saber quiénes fuimos para saber quiénes somos, porque solo así podremos saber qué queremos y qué no para nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Jorge Baradit
Editorial Sudamericana 164 páginas
$10.000
"Historia secreta de Chile 3"
Adelanto del libro "Historia secreta de Chile 3" (Editorial Sudamericana), de Jorge Baradit. Prólogo, páginas 14 a 16.
"A los inquietos, les diría que quizás lo que sí existe es una historia que les acomoda y otra que les incomoda, la primera ya la conocen".