Thomás Harris: de la catástrofe al refugio
El poeta Thomas Harris acaba de ir a comprar pan al almacén de la esquina. Va justo a la hora en que las marraquetas salen del horno. En la televisión pasan una y otra vez el vuelo del Súpertanker lanzando agua sobre los bosques quemados en el sur. Mientras Chile arde, Harris mastica un poema.
cuando era niño, el poeta Thomás harris veía fuegos fatuos en el patio de su casa en la serena. un tío suyo decía que allí había un tesoro.
"El otro mural que nos dio oportunidad pa' demostrar que éramos pintores pasando por nuestro mejor momento, fue el cuadro que intitulamos: 'El incendio y pa' más recacha el terremoto de Valparaíso'".
El Salustio pintó damnificados pal mundo: cojos mancos, mujeres en pelota, pescadores, curas, vendedores ambulantes, conchenchos, y los gallos con la caña, al fondo.
Los incendios eran tan reales, que empezamos a sentir el olor a fritanga y la gallada, oiga, bajando de los cerros con sus canastos y esos retratos en colores de los abuelos y la cabrería y los perros y también los evangélicos que no sé por qué tienen cara de serrucho y los colegiales y los capitanes de buque con la bolsita de maní al lado y los heladeros y los que limpian las alcantarillas y los que venden huesillos con mote y la señora con arrepentimiento que se confesaba de rodillas delante de su propio marido, diciendo: 'Eufrasio, m'hijito, ahora que somos iguales frente a la pelada, le ruego que me disculpe por habérmelo gorreado tanto', y entonces empezaban las fletas, el marido disparando patadas, combos y su escupo en el ojo mientras entraban a tallar los canutos, poniendo a los contrincantes en sus respectivos rincones, exigiéndoles cumplir el reglamento del box".
"Luego la televisión hizo su parte, mostrando el horror en toda su extensión, y demorándose, casi con deleite, en las tomas a niños que flotaban boca abajo en las aguas irremediablemente muertos. El nombre del pueblo dio la vuelta al mundo. Durante 24 horas, Tocopilla fue la palabra más buscada en Google, cuestión importante para quienes creen que si su nombre está en internet, existen. Lo paradójico fue que la destrucción del pueblo volvió a hacerlo visible y a ponerlo en el mapa, pese a que en verdad ya no existía como pueblo, sino solo como ruinas, y como despojo de lo que alguna vez había sido".
No es que el autor del emblemático libro Cipango (1992), Thomas Harris, haga poesía de la realidad. Lejos está de eso. O al menos, lejos del "realismo poético". Lo que sucedió en estos días, es que los bosques que eran su refugio en las zonas cercanas a Chiguayante -pueblo del Biobío donde pasó su juventud- se están quemando. Y esa hoguera, al candidato al Premio Nacional de Literatura 2016 y Premio Casa de las Américas le provocó volver al pasado. A una época precisa: los años 80, su territorio poético. En ese tiempo, la tragedia espiritual y la catástrofe nacional se le reiteró en el cuerpo y en el país. Acá, Harris habla de una casa, la casa grande de "Don Armando" que fue su refugio luego de un calvario personal que incluyó fuego en su propia piel. Además, escarba en las cenizas que han inspirado a la literatural chilena. Todo, desde la Biblioteca Nacional, su guarida y centro de operaciones.
-En Cipango: tragedia, ruina, cataclismo espiritual, ¿cuánto desastre es posible traducir a poesía?
-Los textos de Cipango -me remito a lo escrito en Concepción- están impregnados de inundaciones, sobre todo, salidas del río (el Biobío) de su curso. Pero eso era casi una constante allá. Concepción es una ciudad en que cada invierno se inunda, se hace de agua y de barro; todo refracta, todo es reflejo e indeterminación: la lluvia era para mí la catástrofe en Concepción, el agua que lo inundaba todo, los ríos que se salían de su curso. Pero aún con los recuerdos del terremoto del 60, de los que lo vivieron, nada. No lo había incorporado como las lluvias y las inundaciones y los incendios; pero incendios de la mente, urbanos, incendios análogos a las luces de neón, esas cosas. Por eso los terremotos y los incendios Cipango son casi, como decía, una latencia, una inminencia, metáforas.
- ¿Y los terremotos?
- En los años que viví en Concepción, sólo hubo un temblor grado 3, el del 85. Y yo ese día estaba en Santiago visitando a mi mamá. Estaba en una schopería en Los Leones. Íbamos a ir al teatro cuando el piso empezó a moverse. Pensé que había tomado de más, pero era el terremoto del 3 de marzo. Fue grado 7,8 y hubo casi 200 muertos. Se vino abajo todo el casco viejo. Todo crujía, salían columnas de humo por los extremos de la ciudad. Yo pensaba en mis hijos, que ojalá en Concepción hubiese sido leve, que estuvieran bien. Fue el terremoto más intenso que he vivido. Pensé que hasta ahí no más llegaba. "Cosas del destino"- me dije- como el cuento de Isfahan y la muerte.
-¿Qué hiciste después de eso?
-Regresé a Conce, a Chiguayante. Llevaba las imágenes, el sentimiento de muerte, el terror del desastre, el pánico y el dolor. Y ahí, con una experiencia en otra latitud, escribí algunos poemas donde en Concepción temblaba y todo era catástrofe y destrucción: están en Cipango. Pero mis poemas no son "realistas" si hay un poema "realista". Son entre surreales, oníricos , proféticos. Algo así como un estado de la mente, del espíritu.
-¿Por qué el refugio ante la catástrofe es el bar, el Llanquihue, el Nuria. ¿Qué abrigo hay allí?
-El bar es un lugar mágico, como la isla de Lost, donde todo puede pasar: cumplirse tus deseos imposible, enamorarte de alguien improbable, donde el tiempo puede avanzar y retroceder a gusto del bar. Todo bar es una isla. Los muertos pueden regresar a la vida, porque el alcohol y el vino todo lo restaña. Ahora, hubo un bar o fuente de soda en Concepción, a la que solía acudir, que tenía el look de un bar de una película de David Lynch. Era El Llanquihue, donde se iban las putas de Orompello cuando llegaban los marinos gringos de la operación "Unitas". Ese bar se incendió de verdad, fue una catástrofe urbana.
-Descríbeme una escena de refugio humano, tuyo.
-La cabaña que quedaba en el puente 7 de mi amigo Gerardo Pierart. Fue mi último año en Concepción, yo había quedado cesante, había atentado contra mi cuerpo (lo peor) y mi amigo me ofreció esa cabaña donde ahora los alrededores arden. Su cabaña ya no existía cuando vino este incendio, pasó el camino nuevo, el alternativo a los puentes y la arrasaron las forestales. Es mi paraíso perdido: donde regreso en duermevela o en sueños o en unos cuentos o poemas.
-¿Qué arde cuando arde tu refugio?
-Un espacio que te salvaguarda, camino a Bulnes. Pero es un espacio mental y el fuego no puede nada contra él: permanece ahí, aún, en mis noches de angustia e insomnio, tal como cuando pasé dos meses en esa cabaña: con sus hualles, su río con piedras de huevo, con la noche inmensa, llena de estrellas como un guiño divino. Parte de mí todavía continúa en esa cabaña, porque fue un paraíso y los paraísos personales son indestructibles.
La caja maldita
-¿Cuánto horror real es posible consumir cada noche, en cada noticiero central?
-Demasiado. Más que una película de terror. Desde el terremoto del 27/F hasta este incendio que consume casi todo Chile. La verdad es que quedarse pegado frente a la TV hace mal a la mente. Es cierto, no hay que cerrar los ojos, pero mirar mucho a ese sol maldito te puede enceguecer.
-Dime una noticia del incendio que mandarías a enterrar para el futuro.
-Todas, creo, pero sobre todo ver arder Hualqui, Chiguayante, los cerros donde íbamos a hacer excursiones con mis amigos cuando era adolescente, ver arder uno de mis momentos más felices e inocentes: la adolescencia.
-Qué has visto. Qué has leído, qué te han contado del Gran Incendio.
-Una cosa muy parecida al infierno. Y ciertas teorías conspirativas. Ahí no sé qué opinar, porque sin pruebas... y si fuera cierto sería terrible, peor que la locura de Trump en USA. Lo que me "fascina" (negativamente) son las historias de pirómanos. Lo encuentro casi de cuento o película de terror, una psicopatía muy extraña, que sólo encontrarán explicación en los sicólogos. Algo muy, pero muy inquietante del comportamiento humano.
-¿Cómo han influido los desastres naturales en la literatura chilena?
-Sin duda Neruda, en el "Canto General de Chile" tiene poemas notables al respecto. Porque, claro, ese libro es muy abarcador y sin duda con la mirada nerudiana nada de los desastres de nuestra patria se le podían escapar. Algo hay en Zurita, que lo emula. En los orígenes de nuestras letras, está "La histórica relación del Reyno de Chile" del padre Alonso Ovalle; "Temporal" de Nicanor Parra no se queda corto y hay un fragmento notable de Gonzalo Millán, sobre los terremotos en Chile, en "La Ciudad"¸ y en uno de los últimos capítulos de "Todas esas muertes" de Carlos Droguett narra el terremoto de Valparaíso de 1906, un extraño encuentro entre Dubois y el poeta Carlos Pezoa Véliz. El mismo poema de Carlos Pezoa Véliz, "Tarde en el hospital", ¿no es la agonía del mismo poeta víctima del terremoto de Valparaíso de 1906? O la inquietante crónica de Joaquín Edwards Bello: "El enigma de Valparaíso". Bueno, hay tanto, pero no lo suficiente creo yo sobre Chile y sus "desastres naturales" en literatura. Siendo un país como somos telúrico y trágico, y no lo digo en tono de ironía, hay más obras de desastres naturales en el cine norteamericano que en nuestra literatura.
-Qué buena lista para leer.
También están los naturalistas europeos, Charles Darwin sobre todo. Y ese curioso texto de Heinrich Von Kleist, "El terremoto de Chile" ¿lo has leído?
-No, pero lo buscaré. A propósito, ¿qué hacen los poetas cuando se quema Chile ?
-Lo mismo que todo ciudadano, lo que esté a su alcance: por ejemplo, llamar a los amigos. Y claro, escribir es inevitable. Ver televisión como respuesta es un acto necesario para informarse. Ya estamos viejos para ir con palas y picos a hacer cortafuegos. Y en estos casos, la verdad es que un poema es un acto casi fallido.
-¿Probaste el helado Supertanker que Fruna bautizó a propósito del avión?
-Se agradece la solidaridad mundial, ya sea norteamericana, rusa o la que sea, pero obvio que no voy a andar comprando helados para paliar la desgracia. Lo que pasa es que en Chile a veces el sentido del humor se confunde con la tontería.
-¿Qué hacías cuando el humo del sur se vino a Santiago?
-Veía la seria "Lost" en Netflix. No la había visto y este verano decidí darle una oportunidad. Y qué serie. Es sobre catástrofes naturales, humanas, sobrenaturales y familiares. Una duda física, metafísica y mental sobre lo que nos pasa. Fue un "monstruo" de humo sobre Santiago ¿qué más pertinente?
-Descríbeme tu peor momento en una tragedia.
-El 27/F estuve sin televisión, sin internet, sin teléfono: no sabía nada de mis hijos ni amigos de Concepción. Cuando volvió la señal de la televisión lo primero que mostraron de Concepción fue el puente viejo del Biobío derrumbado sobre el lecho del río. Hacía un mes que había descrito esa escena con lápiz. Estuve como seis meses sin escribir una palabra. Y casi sin decirla.
-¿Qué has escrito en papel o en tu cabeza en estos días?
-"ROA" (ver recuadro), para publicarlo en Facebook, a ver si algún amigo lo leía y le hacía sentido. Ahora escribo sobre la muerte de mi madre y el duelo. Sobre el sentido de la orfandad. Y el perdón. Una catarsis necesaria a mis años.
"Si hay un lugar en mi vida, un espacio donde compartí amistad y solidaridad, fue en el puente 7, en la casa grande de Don Armando, que me enseñó mucho de la vida. Y también con mi amigos, sus hijos: el Mambo, el Luciano, el Julio, la Polette y, sobre todo, mi gran amigo el Gera. Él me dejó quedarme en su cabaña -que ya no existía cuando fue el incendio que ahora consume Chile, pero sí siempre existió y existirá en mis sueños- y es un refugio que por las noches regreso, cuando la vida se me hace dura.
Había atrás de la casa un bosque nativo, y al costado unos hualles, esos árboles con el tronco blanquecino y un follaje como manos que te guarecían. Y una perra San Bernardo con la que pasábamos las noches viendo el cielo, con todas sus constelaciones encima del cuerpo, como una bóveda divina. Y el río que también se despeñaba entre piedras de huevo, como prehistóricas. Yo había quedado cesante, sin casa y sin mujer y casi no vi por dos meses a mis hijos. Allí, en ese refugio del Gera debía reponerme de las heridas de 30 años en Conce, que, paradójicamente, eran de fuego. Eran unas quemaduras autoinflingidas.
Ese mismo año cayó la dictadura y el Muro de Berlín. Antes, había muerto Luca Prodán. Por las mañanas, no recuerdo como se llamaba la chica, invariablemente me llevaba leche y pan amasado, porque el Gera le había dicho que lo hiciera. Yo no tenía ni uno para comer. Y el tío Julio, me regalaba una bandeja de huevos cada dos días.
A la hora de almuerzo, subía a la casa grande y almorzábamos con don Armando y nos tomábamos una botella de vino tinto y hablábamos de política y de filosofía. Por la tarde, cuando anochecía, yo me iba a ver el noticiero de TVN a las 9:00 a su casa, después de dormir la siesta. Lo veíamos los dos medio-o bastante- bajoneados (pasábamos una etapa de depresión cada uno por su causa y eran los tiempos antes de las elecciones y coicidíamos que ganara quien ganara, según sus palabras "cada pueblo tendrá el Gobierno que merece").
Y lo tuvimos. Y lo tenemos.
Antes de regresar a la cabaña del Gera, don Armando me daba una botella de aguardiente, pero para dos días, para que no me la tomara de un "paraguazo" y al otro día no despertara, porque era demasiado fuerte, y don Armando sabía el grado de mi alcoholismo.
El Gera me iba a ver a la cabaña cada dos días y recorriamos los caminos del salario del miedo en su camión. También a veces iba el Mamo y tomábamos cerveza y nos fumábamos un pito.Yo estaba rapado y con heridas de quemaduras en la cara.
Otros veranos todos nuestros hijos, el Diego, el Simón, la Caro, la Chocho, y tu también Fernanda corrían y jugaban por el pasto muy verde, brillante junto a la piscina. Se diría que éramos felices. ¿Lo éramos? No lo sé, pero éramos toda una hermandad. El Gera, La Marisol, la Ale, yo, los niños, y también la Lola cuando llegaba por unos días y la Cony. Y nunca nadie me dio más apoyo y ayuda cuando más lo necesitaba. Ahora más que pena y rabia, siento impotencia. Por no poder hacer mucho más y sobre todo porque ese espacio donde regresaba -y regresaré cuando estoy constrito- arde, se quema, y lo único que me queda por hacer, es escribir esto".
"Y como todo vuelve, un día el infierno se apoderó de mí. Una ranchería del cerro La Cruz, el cerro hermano, se incendió. Mujeres, hombres y muchachos se esforzaban por salvar sus útiles y enseres más íntimos: sus camas, sus muebles, sus recuerdos. Mi madre me retuvo a su lado y una huella de dolor se clavó en mi corazón al oír el llanto de los niños y el aullido de fieles canes. Ahí, cerca de la protección maternal, tuve la primera sensación fuerte: las llamas parecierónme inmensas, poderosas".
"Y todo era combustible para aquel incendio único. Conforme los sucesivos temblores iban abatiendo los muros agrietados y tumbando las ya inseguras techumbres, las llamas crecían y había que luchar contra el Fuego, tanto como contra la Tierra, pidiéndole al aire caliginoso, pluvioso y turbulento ya que el Agua no se sumase a los otros elementos en furia. En verdad, Valparaíso, ciudad siempre ígnea y telúrica, de ciclones y maremotos, estaba en su elemento, en sus cuatro elementos. Todos los ojos seguían volviéndose, con espanto, del lado del mar y arcaicas profecías de que había de recuperar su lecho, usurpado por el progreso, acudían
a las memorias enloquecidas y como vueltas infantiles".
"Mucha gente se organiza y te sientes parte de algo, hace mucho tiempo que no te sentías así. Estás consciente del efecto mediático influye en la cantidad de gente que ha aparecido a ayudar hoy, supones que en días posteriores, cuando deje de salir en televisión, la cuota de personas con ganas de ayudar y con ese ímpetu solidario que ahora te rodea ya no será tan masiva. Siempre es así. A ti nadie conocido te ve ayudando, sólo es posible que Amapola intuya que estás ahí y es la persona que conoces que menos te conoce.
Entre dos solitarios palos parados que no sucumbieron ante lo voraz de las llamas y parado en medio de una base de cemento ves a un hombre llorar. Te acercas y no sabes qué decir".
Literatura chilena
en llamas
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alfonso gonzalez ramirez
Por Andrea Lagos G.
Un texto publicado en Facebook por Thomás Harris.
"Regresé a Conce, a Chiguayante. Llevaba las imágenes, el sentimiento de muerte, el terror del desastre, el pánico y el dolor".
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"Siendo un país como somos telúrico y trágico hay más obras de desastres naturales en el cine nortemericano que en nuestra literatura".
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"Lo que me 'fascina' (negativamente) son las historias de pirómanos. Lo encuentro casi de cuento o película de terror, una psicopatía muy extraña".