Estamos conviviendo con animales en el interior de casas, edificios y por ende en espacios públicos de la ciudad. La integración ha sido gradual y exponencial. Hoy las mascotas comparten espacios interiores y exteriores que fueron diseñados para los seres humanos.
No existen normas de diseño arquitectónico que contemplen y regulen el uso del espacio de animales y personas todos juntos. Sólo hay normas de diseño para las personas. Los perros y gatos viven en comunidad, comparten nuestros edificios y espacios públicos. No tienen vida escolar, son educados en sus respectivos idiomas por sus dueños, no pasan de curso ni tienen exámenes, por lo que su humanización depende de la conducta de sus amos.
No disponen de baño con su red de alcantarillado y agua; ellos, al estar criados como personas, deben hacer sus necesidades en la calle o en algún rincón de la vivienda. Dado el escaso tamaño de las viviendas, muchas personas instalan un baño artesanal abierto en un rincón del living, de la cocina o del dormitorio, generando un riesgo de salud que los afecta a ellos, a sus hijos y vecinos. Paseando los perros y gatos en el área verde o plaza cercana no ayudamos al problema de higiene, más bien se agrava por la promiscuidad de las mascotas en hacer sus heces en cualquier parte y la indiferencia de sus amos que no limpian ni recogen los restos. ¿Quién debe ceder su territorio cuando la integración es sin ley? ¿El perro o el hombre? El gato o la mujer?
Perros y gatos son para muchas familias como personas, a veces son más valorados que una persona, se dice que son más fieles, más obedientes, más cariñosos, etc. Sin embargo, por más que nuestra sociedad tienda a humanizarlos, seguirán siendo perros y gatos y no podremos sentarnos a conversar ni a debatir con ellos nuestras leyes de convivencia, y ellos no podrán aprender de hábitos de higiene aunque aprendan a hablar nuestro idioma, porque los edificios que diseñamos y espacios públicos de la ciudad no tienen contemplado ese espacio vital.
Veo una pareja de perritos que hacen el amor, hacen sexo oral y normal, luego uno limpia al otro con la lengua en sus partes, más tarde y felices del acto, juegan y hacen caca y luego se limpian con la lengua los restos de residuos corporales que se enredan entre sus pelos. En eso viene un niño y le tiende los brazos y ambos se encuentran en un inmenso cariño, el niño ofrece su cara y el perrito lo acaricia con su lengua. Yo grito ¡perro cochino! para separarlos y la dueña de la mascota me escucha y reta… ¡Cochino usted, mi perro es limpio y está vacunado!!
Raúl Ilharreguy Gutiérrez, arquitecto