La semana recién pasada dos hechos relevantes ocurrieron en Osorno: el cambio de gobernador provincial y la caminata de laicos desde nuestra ciudad a Valdivia, pidiendo la salida del obispo Barros de la diócesis local.
El contrapunto entre ambas situaciones resulta evidente. Por una parte, como el mismo ex gobernador Gustavo Salvo dijera, la decisión de reemplazarlo fue sorpresiva: "me renunciaron" fue la expresión que utilizó ante los medios de comunicación para explicar su salida del cargo. La caminata a Valdivia, en cambio, podrá ser inusual pero no es inesperada la actitud de una parte de la comunidad católica, de mostrar su descontento por la permanencia del obispo Barros como pastor osornino.
También hay un claro contrapunto en la autoridad ejercida por ambos personeros, uno del mundo político y el otro en el ámbito espiritual. Gustavo Salvo ejerció su rol de manera destacada, cercano a la gente, han opinado las demás autoridades locales casi sin excepción durante estos días; mientras que la sola presencia del obispo Barros ha sido rechazada por una parte de la Iglesia local desde su nombramiento y no se le reconoce su rol de pastor.
Pese a estos contrastes, en ambas situaciones ocurre algo similar, en relación a la poca valoración que parece tener la opinión del común de la gente, por parte de las autoridades políticas y eclesiásticas. Que el ex gobernador tuviera un buen desempeño en su cargo y fuera aceptado por la ciudadanía no impidió que fuera sorpresivamente separado de sus funciones. Por su parte, la discordia en la comunidad católica local desde la llegada del obispo Juan Barros no parece importar mucho, pese al daño que ha provocado no acoger la voz de los que lo rechazan.
Se vienen tiempos de elecciones. Este año las municipales, el próximo las parlamentarias y las presidenciales. Incesantemente dirán los candidatos que quieren escuchar a la gente, ¿por qué entonces no escucharla en estos temas? "Osorno sufre por tonta" dijo el Papa Francisco no hace mucho. Quizá sufre porque falta poner más atención a sus necesidades, a sus anhelos y esperanzas.
Jaime Sotomayor Neculman, abogado
Magíster en Gestión Pública