"Poderoso Caballero: el pe$o del dinero en la política chilena" es el título del libro escrito por el periodista Daniel Matamala. En él indaga, de manera aguda y documentada, y a lo largo de más de 300 páginas, las formas que ha empleado el capital -y quiénes lo poseen- para influir en el Estado, promover sus intereses e, inclusive, torcer la voluntad popular.
Desde la portada en adelante -una provocativa urna conteniendo votos y billetes- el texto entrega abundante información y sólidos argumentos para evidenciar algo que a estas alturas parece irrefutable: la perniciosa relación entre el dinero y la política y el consiguiente peligro de captura de la democracia.
"Poderoso caballero es don Dinero" escribió lúcidamente Francisco de Quevedo hace mucho tiempo. Pero incluso el notable escritor español del Siglo de Oro hubiese quedado asombrado frente al enorme poder que tiene el dinero en el Chile post dictadura y la brutal concentración de la riqueza en un puñado de grupos empresariales: tres cadenas de farmacias, tres empresas de telefonía móvil, tres generadores de energía, dos grandes productores de pollo, dos de licores, una gran línea aérea… Los monopolios y oligopolios son, así, la regla dominante de nuestra economía.
El panorama se ensombrece aún más cuando se revisa lo concerniente a las leyes de financiamiento electoral: permisivas, opacas y de nula o escasa fiscalización. Es lo que ocurre cuando la legislación que debe regular a la élite está diseñada por ella misma. El poder económico se transforma entonces en poder político.
Ahora bien, denunciar esta verdadera relación incestuosa entre los intereses privados y los intereses del Estado no equivale, en absoluto, a promover la lucha de clases o algo por el estilo. Muy al contrario, es simplemente demandar el cumplimiento de las reglas que informan la doctrina capitalista, una de las cuales afirma que la concentración es el mayor atentado a la competencia, que es el verdadero motor de la economía. Y como bien sabemos, mientras menos actores hay en un mercado, más fácil resulta coludirse para timar a los consumidores.
De nosotros depende que el ejercicio del poder tenga que ver con la voluntad de los electores y no con los flujos de caja de las grandes empresas. Pero al parecer no hemos sido muy diligentes al respecto: será por eso que Chile se asemeja a veces más a una sociedad anónima que a una república soberana.
Xavier Echiburú