Navidad
"Este es el dilema de nuestra época: el olvido de lo trascendente y su reemplazo por lo accesorio".
Si es verdad que la alegría más profunda del cristianismo tiene que ver con vivir la vida en el registro de la gratuidad, entonces nuestra sociedad se encuentra, literalmente, al borde del abismo. Es cuestión de mirar con atención a nuestro alrededor.
En Navidad estamos llamados a celebrar que Dios se nos brinda gratuitamente. El Niño en el pesebre no se ofrece a precio alguno. Es un regalo. Inmerecido. Pero esta enorme verdad ha dejado de tener importancia. La hipertrofia del mercado, propia de nuestro tiempo, articula una civilización frecuentemente ebria de consumo y de placer (la expresión es del Papa Francisco) incapaz de atender a lo esencial.
Así las cosas, el incesante ajetreo de estas fechas, el ruido y la sobreabundancia de palabras, impiden escuchar "la" Palabra. Y el flujo incesante de imágenes inútiles y vacías, promocionando algún producto, distorsiona la contemplación serena del Rostro divino. No hay espacio para la reflexión silenciosa que dé cuenta acabada de este feliz acontecimiento. Pero en cambio sí hay tiempo para los balances, despedidas, graduaciones, amigos secretos, asados y celebraciones.
El resultado es evidente. Nuestra atención estará centrada en todo, excepto en aquello que realmente importa: el hecho prodigioso que Dios omnipotente se acerque de tal modo al género humano y asuma su naturaleza. Su abajamiento y los beneficios que de él se derivan, quedarán vaciados de contenido. Lo que interesa ahora es el consumo.
Pero si la Encarnación de Dios deja de entenderse como acontecimiento que interviene de modo directo e inmediato en la existencia presente del hombre, de todos los hombres, en esa medida será imposible e incluso absurdo festejar la Navidad. Este es el dilema de nuestra época: el olvido de lo trascendente y su reemplazo por lo accesorio.
Celebrar la Navidad va mucho más allá de comprar o recibir un determinado obsequio. Es, antes que cualquier otra cosa, disponer el corazón para encontrar el auténtico sentido de la realidad. Haciendo lo que Dios quiere. Y queriendo lo que Dios hace.
Xavier Echiburú