En estos días nos hemos estremecido con cada detalle de la dolorosa muerte de un pequeño niño de tan sólo cuatro años. Más allá del repudio que nos puede generar la conducta de su madrastra, la mujer imputada en este crimen, parece importante ampliar la reflexión al contexto social que conformamos y que genera condiciones de posibilidad para este tipo de actos.
Nuestra historia como país ha estado transversalizada por la violencia: una violencia simbólica y material, que ha sido utilizada como instrumento de dominación y sometimiento, con pretensiones de resolución de conflictos. La instalación de la violencia como "estrategia para" se hace parte de nuestra cotidianidad como una forma validada de enfrentar nuestra existencia, manteniéndonos inmersos en un contexto relacional e institucional donde pareciera estar naturalizada.
¿Cuántos de nosotros somos capaces de distinguir la violencia cotidiana que nos rodea? ¿Cuántos somos capaces de detenernos y enfrentar a un vecino o familiar por el trato que tienen con sus hijos, su pareja o consigo mismo? ¿Cuántos somos capaces de detener situaciones de injusticia en nuestro contexto laboral? ¿Cuántos somos capaces de distinguir en el sistema la violencia simbólica, política, económica y social de la que somos parte activa y hacer algo al respecto?
Parece ser que la violencia genera en nosotros un temor a tal nivel que terminamos replegándonos en un estar individualista, que es reforzado por un sistema donde el velar por sí mismo y los intereses individuales se ha constituido en la premisa.
¿Qué hubiese pasado con el pequeño Ángel si alguno de sus cercanos, vecinos o alguna institución de la red asistencial hubiese dado una luz de alerta respecto a los evidentes indicadores de negligencia y maltrato? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo que permitimos la violencia frente a nuestros ojos sin alzar la voz?
Una forma de enfrentar y hacer contraparte al maltrato y la violencia es el "buen Trato", enfoque que nos propone construir un espacio social basado en el respeto y la solidaridad. Partir del reconocimiento del otro para favorecer el establecimiento de un "con-vivir" y construir un "bien-estar" colectivo como soporte para la desnaturalización de la violencia. Éste es un desafío que deberíamos poner en juego cotidianamente, asumiendo nuestra responsabilidad en el proceso de mantención o transformación de nuestro estar en la sociedad.
Ana María Acuña Jefa de Carrera Psicología UST Osorno