Se ha señalado reiteradamente que la modernidad escindió al hombre del territorio haciendo de ambos realidades independientes.
Según algunos autores chilenos, como Sergio Boisier, "la medición del tiempo se independizó de la observación de las mareas, el telégrafo, el teléfono, la televisión independizaron la transmisión de la escritura, la voz y la imagen, del lugar, para cristalizar en la aldea global de McLuhan".
Y agrega que en este proceso el hombre moderno habría desarrollado una verdadera "metástasis del ego", haciéndolo creer que era efectivamente "un "ciudadano del mundo", un ser "desprovisto de atávicos lazos territoriales, provinciales y parroquiales".
Sin embargo, esta tendencia separadora y homogeneizante tuvo sus límites.
Entonces dice S.Boisier, que si "en algún momento la ilusión de la modernidad albergó la idea de que es posible crear el ciudadano del mundo, libre de "atávicos" lazos territoriales (en un notable paralelo con el capital transnacional contemporáneo, carente de lazos de identidad territorial) hay que convenir en que la crisis de la racionalidad moderna echó por tierra tal creencia.
Hoy día, por el contrario, se percibe un movimiento "de vuelta al terruño". Por esto, no es sorprendente que hoy día se observe la paradójica situación de un giro espectacular: la vuelta a la territorialidad…
"Naturalmente, dice Boisier, no se trata del regreso a una territorialidad antigua, autárquica, sino a una territorialidad altamente interactiva, como parte de redes".
Pero esto no es lo más significativo: dicha crisis denota una explosión de la heterogeneidad y la diversidad sociocultural que obliga a pensar las correlaciones, las interacciones y reciprocidades, las que notoriamente abren espacios a nuevas identidades territoriales.
Nelson Vergara