Culturalmente, hemos construido una relación entre el ser mujer y ser madre como si fuera un mandato; uno más, entre los muchos que el ser mujer implica a causa del estereotipo de género asociado. Históricamente, se han relevado las dimensiones afectivas, emocionales y protectoras como "naturales en la mujer", convirtiéndola en una cuidadora por excelencia, capaz de enfrentar la maternidad sin dificultades, ni necesidades. Sin embargo este estereotipo presenta complejidades que es importante detenerse a analizar.
Desde la mirada crítica de las perspectivas de género, el ser hombre o mujer no obedece a una naturaleza, sino a una construcción cultural. No hay nada en el ser mujer que la haga en si misma un ser afectivo, emocional o protector; tampoco que la determinen de esa manera por la experiencia de la maternidad. Esas características se han asociado al género femenino, invisibilizando dimensiones tan importantes como que la maternidad -como proceso social- implica una "decisión" y no un "desarrollo natural". Desde ahí, debemos reconocer sus necesidades de apoyo, afecto y contención que no siempre son explicitadas, precisamente porque las mujeres-madres sienten la necesidad de cumplir con las expectativas sociales.
Por otra parte, es importante enfrentar la maternidad desde un prisma distinto, que no la banalice, mirándola como algo que "fluye naturalmente", sino que la reconozca como un proceso de construcción desde la gestación hasta la crianza, que requiere de otros -como la pareja, familia, amigos y redes de apoyo- para lograr una maternidad nutritiva tanto para los hijos como para las madres.
Todo lo anterior no es sólo un acto declarativo. Implica hacernos responsables socialmente de las condiciones materiales, institucionales y culturales en el que se es madre hoy día. Implica entender que así como hay múltiples formas de ser mujer, hay también múltiples formas de ser madre; por lo que sería más pertinente hablar de "maternidades" y no totalizar nuestros discursos y miradas en relación a una única forma de ser y vivir este proceso. La invitación entonces es a revisar si favorecemos o limitamos el desarrollo de una maternidad plena en nuestras acciones cotidianas y en nuestras prácticas y políticas sociales. Es responsabilidad de todos asumir el desafío de favorecer maternidades que posibiliten el desarrollo y nutrición emocional de todos los actores involucrados, particularmente de los niños y niñas; pero sobre todo de las mujeres que han asumido el tremendo desafío de entregar, criar, amar y proteger como una opción y no como un deber.
Ana María Acuña