Por estos días casi me han hecho creer que estos actos son iguales porque podemos comportarnos como se nos ocurra; decir lo que pensamos como modestos ciudadanos, a pesar de las responsabilidades públicas que podamos tener; que la libertad de expresión es un don maravilloso y que nadie me puede obligar a ser parlamentario, profesor, ministro o contralor las 24 horas del día. Y tienen razón: nadie quiere tener en su casa o en el club de amigos a un ministro o contralor o como se llame, metido todo el tiempo en esa condición en estos ambientes privados…pero si son ambientes públicos, las cosas cambian.
Desde el punto de vista de los manuales de comportamiento social y de buenas maneras, siempre se está insistiendo en que son la naturaleza del evento y del lugar al que asistimos, los que marcan las normas de conductas a seguir. Y eso lo tiene claro cualquier persona, por muy modesta que sea. Distinto será, entonces, ir a una iglesia, a un circo, a un concierto, al fútbol, a un cumpleaños, al café, a un bar, a una parrillada, seminario o al trabajo. En todos esos lugares somos el mismo individuo o la misma persona; pero asumimos roles distintos de comportamiento social. Aquí comienzan los problemas: no saber hablar, sin descalificar.
Los mismos manuales a que hacemos referencia señalan muy larga y precisamente, el papel fundamental que tienen el lenguaje en las circunstancias enumeradas y los valores y principios que inspiran nuestra conducta pública y privada.
Cualesquiera que sean las ocasiones para compartir con otros, nunca deben estar ausentes en el trato personal y en las opiniones que comprometan a personas e instituciones, el respeto y la debida consideración a ellas.
Éstas son las bases de la convivencia social: saber ubicarse en estos contextos y tener el mínimo respeto al cargo que ocasionalmente ocupemos, dan cuenta de lo que realmente somos y cuál es nuestro verdadero interés por encontrar salidas a los problemas.
Cuando criticamos estas conductas, no amenazamos derechos a nadie; sino que en nombre de las obligaciones y deberes cívicas que todos tenemos, hagamos funcionar los derechos que deben cultivarse en democracia. Al frente de cada "derecho", hay una "obligación" todavía mayor que los hará posible cumplir; más todavía cuando ésta tiene el poderoso "deber" moral de sumarse a la causa de la convivencia social.
Gabriel Venegas Vásquez