Estamos a tiro de cañón
"El desarrollo y progreso se mide por la calidad de vida de la población".
Faltan sólo ocho días para la instalación de nuevas autoridades ejecutivas, parlamentarias y regionales; lo que se transforma en el acto cívico más grande del ejercicio de la democracia. Sin duda, es un hecho para alegrarse y festejar en las urnas, lo que podemos hacer libres, informados y responsablemente. El que no vota, se niega a estos festejos; le saca el piso a sus derechos, obligaciones y deberes; y da un cheque abierto a la clase política que él evalúa negativamente.
Podemos no estar de acuerdo y rechazar los comportamientos políticos que dividen, confrontan, engañan o amenazan los cimientos de la institucionalidad, pero no son razones para dar la espalda a los intereses superiores del país. Éstos son, precisamente, los soportes que deben sostener nuestras palabras, decisiones y acciones; los intereses que deben dar cuenta de una sociedad en que se expresan los principios y valores que rigen su convivencia y que determinan los comportamientos y actitudes de los liderazgos políticos y sociales.
Si pedimos y existe concordancia universal para que todos los seres humanos tengamos una vida decente, desde nuestro nacimiento hasta la muerte, querrá decir también que la decencia debe ser una condición sustantiva para evaluar el ejercicio político. El desarrollo y progreso se mide por la calidad de vida de la población - vivienda, educación, salud, trabajo, recreación, cultura, organización y participación ciudadana - que redunda en la decencia con que los habitantes desarrollan sus proyectos de vida. Resulta, entonces, como consecuencia natural que aprovechemos este evento, para tomar decisiones electorales; más todavía cuando elegimos a quienes conducen, administran o legislan políticamente la Nación. Frases como "no me interesa", "me da lo mismo", "son todos iguales" o "seguiremos igual como siempre" y otras cargadas de pesimismo, nos preocupan porque, lo mismo que criticamos, comienza por remediarse en las urnas.
No podemos olvidar, igualmente, que al momento de sufragar optamos por una alternativa política que determinará el curso de nuestras necesidades y esperanzas, de que se cumplan o no las ofertas y proyectos prometidos; o de que se pongan en resguardo los principios de la propia democracia. Por eso debemos tomar en serio el acto de votar; puesto que, si por menores decisiones somos cuidadosos, consecuentes y exigentes, cuanto más lo debemos ser ahora. Una ciudadanía preocupada de su devenir social, económico, político y espiritual, es un paso sustantivo para sentar las bases de nuevos liderazgos y de formas más transparentes y honorables de ejercerlos.