Bullados casos con problemas de contaminación que provocan impactos sociales y que involucran "organizaciones privadas, estatales y sociales" están en la mira. La triada antes señalada nos recuerda el ensayo de Milton Friedman (New York Times en 1970): "la responsabilidad social de la empresa (RSE) es incrementar sus beneficios"; así también, responsabiliza a las personas y no elude que las empresas siempre hacen RSE con el empleo, las remuneraciones y los pagos tributarios (salidos del bolsillo de los empresarios), acarreando beneficios a la sociedad. Igual no trepidó Friedman en calificarla de "doctrina fundamentalmente subversiva" en una sociedad libre (libro "Capitalismo y Libertad").

Hoy, la mirada ha evolucionado y el impacto que generan los diferentes ejemplos de problemas ambientales nos obliga a modificar el entorno para hacerlo más sostenible, social y empresarialmente.

Algunos de los descalabros más recientes son Essal con el agua en Osorno, que ya estimó en $2.500 millones las indemnizaciones que deberá pagar a sus clientes afectados y una menor facturación para la compañía de $250 millones (a la Comisión para el Mercado Financiero). También están las castigadas comunas de Til Til, Quintero y Puchuncaví, hoy, esta última, con las hortalizas contaminadas con arsénico. Luego aparece el derrame de 40.000 litros de un producto refinado de petróleo en las costas magallánicas.

Tenemos la obligación de no seguir mirando el crecimiento a costa del medio ambiente o el maltrato a las comunidades, como ya el ex ministro José Ramón Valente señalaba el año pasado. Hay que dejar de pensar que la RSE sirve para esconder acciones. Y es aquí donde aparece la Licencia Social para Operar que implica un aprendizaje continuo y dinámico de los procesos sociales y ambientales del entorno inmediato, trabajando las buenas prácticas para hacer concordar la actividad industrial con el consentimiento del entorno social.

Son procesos permanentes y envuelven una RSE honesta y veremos que estas acciones acrecentarán el valor de la compañía. Sino, la estabilidad del entorno empresarial tambalea. Por el momento, está el proyecto que explora inhabilitar a superintendentes con pasado directivo en empresas para acabar con la puerta giratoria entre organismos fiscalizadores y empresas fiscalizadas. Esto suma y sigue.

Dr. Ulises Alarcón G., académico de Escuela de Ingeniería Civil Industrial de la Universidad Austral de Chile, sede Puerto Montt

Aunque con los años se ha avanzado en el mundo en una mayor conciencia acerca de los derechos del niño y las garantías que debe darles la sociedad y sus familias para crecer en un entorno de afecto y con sus necesidades básicas satisfechas, periódicamente la realidad va mostrando cuán retrasada está la humanidad en el cuidado del mayor tesoro que tiene en el futuro. Al tiempo que el escándalo del fallido sistema de protección del Servicio Nacional de Menores (Sename) no para de arrojar nuevas y más reveladoras luces sobre cómo se trataba o se trata a los niños internados en los hogares, las secciones policiales de los medios de comunicación tienen que seguir informando sobre crímenes o abusos cometidos en contra de los niños, muchas veces y tristemente por parte de sus familiares más cercanos.

En este contexto, esta semana se conoció que el Tribunal Oral en lo Penal de Osorno condenó a 16 años de cárcel a un papá con domicilio en Purranque que en julio del año pasado, dio muerte a su pequeño hijo, víctima de lo que se conoce como síndrome del niño sacudido. El hecho, naturalmente, causó conmoción en la opinión pública local. El lactante luchó por su vida durante 24 días, hasta que dejó de existir el 24 de julio de 2018. La propia fiscal que se hizo cargo del caso, Leyla Chahín, declaró que a pesar de que la víctima tenía cinco meses de edad, aparentaba tener sólo dos meses.

Así como éste, lamentablemente los crímenes y abusos cometidos en contra de menores de edad se repiten periódicamente en el país. Hay niños asesinados por sus padres, ultrajados por sus parientes, agredidos por sus familiares, violentados por un sistema que a pesar de consagrar nuevos y merecidos derechos, no ha conseguido hasta ahora quizás lo más básico: proteger a quienes no tienen ninguna opción de defenderse por sus propios medios.

En diez días más se celebra el Día del Niño, una fiesta eminentemente comercial que no puede ocultar la enorme deuda que hay en la sociedad para con los menores más vulnerables.