La contribución a la democracia de una trayectoria política tan extensa como la del ex Presidente Aylwin resulta difícil de evaluar en pocas líneas. Pero podemos centrarnos en su actuación en coyunturas clave en las que le tocó participar y donde se jugaba el presente y futuro democráticos.
En el contexto de polarización política de los años '72 y '73, Aylwin fue partícipe activo de la oposición más dura al gobierno de Salvador Allende. Encabezó la Democracia Cristiana, desplazando al grupo más dialogante y puso a su partido en la senda de terminar anticipadamente con el gobierno de la Unidad Popular.
Apoyó el acuerdo parlamentario que pretendía poner al gobierno al margen de la legalidad, acuerdo que sería esgrimido una y otra vez por los golpistas como justificación de su accionar. Vale decir don Patricio fue parte activa de las fuerzas que enterraron la democracia en 1973. Pasarían años antes que reconociera que esa conducta política fue errónea y que tuvo consecuencias funestas para el país. Pero lo hizo.
A pesar que él siempre había sido partidario del "camino propio" de la DC, al igual que Frei Montalva, tuvo el coraje y la apertura de asociarse a las fuerzas de izquierda que concurrieron a formar la Alianza Democrática en 1983, confiando esta vez en el diálogo con el gobierno militar para una apertura política. Dicho diálogo no fructificó y Aylwin fue pionero en proponer participar de las vías contempladas en la Constitución del '80, que en definitiva permitieron la derrota de Pinochet en plebiscito de 1988.
Ese proceso fue acompañado de una enorme movilización social que, sin embargo, fue desactivada por completo para dar paso a una nueva negociación que estableció las condiciones definitivas para asumir el gobierno en 1990.
Gobernó durante cuatro años buscando impulsar una agenda básica de restauración democrática -elecciones municipales, ley de gobiernos regionales, regularización de las libertades y los partidos políticos-, de justicia y reparación "en la medida de lo posible" -la frase que mejor muestra su pragmatismo político- y reactivación de las políticas sociales buscando mejoras en la inclusión social. He ahí la creación del Sernam, la ley indígena, el diálogo social entre empresarios y la CUT, la creación del Fosis, entre tantas acciones. Entregó el gobierno con la situación normalizada y una coalición fuertemente unificada. Pero con una democracia incompleta (semi soberana la llamó Carlos Huneeus), llena de limitaciones, poderes fácticos y con un pueblo desmovilizado. Apoyó más tarde con lealtad a los diferentes gobiernos de la Concertación, buscando siempre la continuidad de la alianza DC-izquierda, que no había sabido establecer en 1973 y le pesaba.
Con los años Aylwin fue ganando en sabiduría política: no solo trató de enmendar los errores previos sino también mantuvo una actitud prudente sobre los logros y limitaciones del período de transición y su propio gobierno, sin mostrar la arrogancia de otros ex presidentes.
Contribuyó al reencuentro de un país dividido y violentado, pero lo hizo en condiciones difíciles, que eran en gran parte producto del diseño político que él mismo ayudó a construir. Su pragmatismo le jugó a favor y le dio protagonismo, pero tuvo el costo de instalarse como conducta permanente en su coalición, impidiéndole completar la democratización que era el sentido original de su proyecto.
Gonzalo Delamaza, académico e investigador del Ceder de Universidad de Los Lagos