Aropósito de los trascendentales cambios institucionales que está discutiendo el Congreso, con el fin de comenzar a descentralizar en serio un Estado centralista por tradición, definición y doctrina como el nuestro, poco se ha escuchado sobre la dimensión internacional de las regiones chilenas. Después de tres décadas de gestión exterior, son los propios gobiernos intermedios quienes han reconocido la importancia de este ámbito en sus estrategias de desarrollo, tanto en lo que se refiere a la cooperación como al impulso de sus potencialidades económicas. Entonces, ¿por qué una materia de esta relevancia sigue siendo más o menos invisible?
Un primer factor es la propia concentración del poder en Santiago, cuya condición de capital podría dar a entender que se trata del lugar más internacionalizado de un país que se supone inserto plenamente en la globalización. Pero no es así, el núcleo administrativo central mantiene como base la antigua visión aislacionista de una sociedad isleña. Dicha identidad se acopla en forma perfecta con una mirada provinciana donde lo importante está adentro, no afuera, como si el afuera no fuera una dimensión inseparable del adentro.
Para esa mentalidad, lo internacional es igual a viajes y viáticos. Es difícil convencerlos de la importancia de intercambiar experiencias y buenas prácticas, o de las responsabilidades que genera una presencia activa en el exterior.
Un segundo aspecto es la integración con los vecinos, que de objetivos ideales como la paz y la hermandad tiene mucho, aunque se olvidan aquellos propósitos concretos vinculados al desarrollo. Las regiones contiguas en zonas de contacto transfronterizo son socias naturales en el marco de economías complementarias. Chile ofrece a los territorios sin proximidad al Océano Pacífico una plataforma natural para sus exportaciones, sobre todo a Asia, punto neurálgico del crecimiento mundial. Disponer de puertos para Argentina, Brasil, Bolivia y otros países del entorno no es un asunto que les concierne sólo a ellos, sino más que nadie a nosotros, por lo que es necesario priorizar e invertir para ser protagonistas de un proyecto que conviene a todas las partes.
Si hacemos el ejercicio de imaginar un futuro posible, el incremento de la descentralización debiera hacer que los temas internacionales sean más relevantes, pues las regiones tienen intereses precisos que defender, tales como más y mejor infraestructura, y una mayor movilidad de capital, personas y carga a través de las fronteras. Todo ello a condición de que las transferencias que se hagan desde el centro también incluyan este tipo de decisiones, sin confundir atribuciones propias de un Estado unitario y un régimen presidencial, con una repartición del poder que permita el desarrollo territorialmente equilibrado que Chile demanda.
Cristián Fuentes V. académico de la Universidad Central