Cuando una rana viva es puesta en un recipiente con agua hirviendo, el animal salta fuera en cuanto percibe el calor.
Sin embargo, si la misma rana se deposita en el mismo recipiente pero esta vez con agua fría y se le somete a calor lentamente hasta hervir, entonces la rana jamás saltará y morirá producto de la situación.
Este cruento y brutal experimento narrado en variados textos sobre cambio climático intenta hacernos reflexionar sobre la imposibilidad de los seres vivos de detectar los cambios cuando estos son progresivos y sutiles. Cambios como por ejemplo los que tienen por estos días a varias regiones del país en emergencia agrícola, producto del déficit de precipitaciones.
A este respecto cabe hacerse algunas preguntas, mientras nuestro recipiente va subiendo lentamente de temperatura ¿estamos percibiendo todos los cambios que están ocurriendo o solo es menos lluvia? ¿Tenemos claridad de las consecuencias que tendrán estos cambios y de la rapidez con que están llegando? ¿Tenemos conciencia de que las soluciones son de largo plazo y nos involucran a todos?
Y es que el tema no es solo una variación en la cantidad de agua caída sino también en las temperaturas mínimas o máximas y en la estacionalidad, lo cual cambiará el rango de desarrollo de las especies vegetales, de las plagas y enfermedades, de las zonas de heladas, etc., tal vez nuestros sistemas productivos se desajusten sutil o severamente, y también porque no, puede que emerja la posibilidad de nuevos rubros.
Por ello, es el momento de que nuestra rana empiece a pensar en saltar. ¿Hacia dónde? Hacia el futuro, un salto largo hacia el 2030 ó 2050, hacia el uso eficiente del agua, hacia la cultura del riego, hacia el uso de nuevas tecnologías y mejoramiento genético de forrajeras que resistan el estrés hídrico, el manejo de cuencas, es decir… hacia ese porvenir donde nuestra agricultura podría lucir exuberante y verde como una inteligente y vigilante rana.
Rodrigo de la Barra Ahumada